PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ALIMENTAR CON LA EUCARISTÍA
«El que les comunica el Espíritu y obra milagros entre ustedes, ¿lo hace por virtud de las obras de la ley, o por obediencia a la fe?» (Gal 3, 5)
Eso dicen las Escrituras, y es Palabra de Dios que te cuestiona a ti, sacerdote, como discípulo, como apóstol, como pastor, como ministro, como siervo, como amigo, como hijo de Dios.
Y tú, sacerdote, ¿qué respondes?
¿Sigues el ejemplo de tu Maestro y lo obedeces?
¿Vives de la fe?
¿Confías en tu Señor y en su poder?
¿Haces sus obras?
¿Das testimonio de tu fe?
¿Realizas los milagros de tu Señor con el poder de tus manos, y le das a su pueblo de comer?
Tu Señor es quien obra en ti, sacerdote, pero, tú eres quien predica su Palabra para que crean en Él.
Míralos, y ten compasión, porque caminan como ovejas sin pastor.
Aliméntalos con el Cuerpo y la Sangre de tu Señor, y luego llena doce canastos con tu testimonio de fe, para que pase de generación en generación, y todos crean que la Eucaristía es un milagro patente. Es el Cuerpo y la Sangre del Hijo de Dios, crucificado y resucitado, y su presencia viva, real y substancial que da vida.
Por tanto, sacerdote, el pueblo de Dios depende de tu fe, de tus palabras y de tus obras. Ten compasión y dale de comer, y luego recoge las sobras, porque el que no recoge desparrama.
Reserva, sacerdote, con devoción y con verdadera adoración, el Santísimo Sacramento, y protégelo con tu vida, porque en Él está la vida, que es el centro de la fe; porque si tú no crees que tu Señor ha resucitado, vana es tu fe.
Pon en obra tu fe, sacerdote, y practica lo que predicas, ejerciendo tu ministerio santamente, amando al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.
Confía en el poder que Él te ha dado para darle vida al mundo, y entonces harás milagros, para que el mundo vea y crea que tú eres un verdadero profeta, enviado por Dios; cuando no te vean a ti, sino al Cristo que vive en ti, y que se hacen uno, al ofrecerte con Él en un único y eterno sacrificio: el Santo Sacramento del altar, que siendo tan solo un pan, se convierte en alimento de vida, y se multiplica, y contiene en sí todo un Dios en cada partícula, para darse como alimento, para saciar a su pueblo, reuniéndolos en un solo rebaño y con un solo Pastor.
Tú eres, sacerdote, testimonio de fe.
Tú eres el primero que debe de creer, para que el mundo crea, para que confirmes su fe, y no mueran, sino que tengan vida eterna.
Dales, sacerdote, de comer, el Sacramento de tu fe, para que sacies su hambre y su sed, y anuncies con ellos la muerte de tu Señor, y proclamen su resurrección, hasta que vuelva.
Obedece, sacerdote, a la fe, como tu Señor.