16/09/2024

Jn 11, 45-56

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – SACRIFICARSE PARA DAR VIDA

«Conviene que un solo hombre muera por el pueblo»

Eso dicen las Escrituras.

Y en las Escrituras se revela la verdad.

La Palabra de Dios es viva, eficaz y es actual, como eres tú, sacerdote.

Ese hombre es tu Señor, es el Cristo que tú representas, y es la verdad que se revela en ti, sacerdote.

Date cuenta de que tú fuiste consagrado a tu Señor. Él te llamó y te eligió de entre los hombres, para que tú, como Él, seas sacrificado para salvar a las naciones.

Pero tu sacrificio, sacerdote, solo es agradable al Padre si es unido al único y eterno sacrificio redentor de tu Señor Jesucristo, cuando mueres al mundo para vivir por Él, con Él y en Él, despreciando los placeres del mundo, alejándote de las tentaciones y rechazando el pecado, entregando tu vida sirviendo a la Santa Iglesia como la Santa Iglesia quiere ser servida, no con holocaustos ni sacrificios, que Dios no aceptaría, sino con obras de misericordia.

Así, como convenía, que el Hijo de Dios muriera para salvar a muchos, así conviene, que tú hagas lo mismo, renunciando a ti mismo, y tomando tu cruz para seguirlo, siendo partícipe de su muerte, para ser parte con Él en su resurrección y, a través de la vida de los sacramentos, lleves la salvación de tu Señor a todas las naciones.

Conviene, sacerdote, que tú te sacrifiques para que otros se salven.

Conviene que Él crezca y tú disminuyas, para que, cuando te vean a ti, lo vean a Él y lo conozcan.

Conviene que tú te arrepientas y creas en el Evangelio, para que otros hagan lo mismo.

Conviene que renueves todos los días el sacrificio redentor de tu Señor, porque Él hace nuevas todas las cosas.

Conviene que seas fiel a tu vocación y prediques, y practiques lo que prediques, para que seas veraz.

Conviene que practiques el sacramento de la reconciliación para que perdones los pecados, porque los pecados que perdones serán perdonados.

Conviene que abras tu corazón a la gracia y a la misericordia de tu Señor, para que la recibas y la entregues como un buen administrador, porque nadie puede dar lo que no tiene.

Conviene que hagas todo esto, porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos.

Tú Señor ha muerto como expiación por los pecados de los hombres, porque Él es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Pero eres tú, sacerdote, quien aplica en su nombre la obra redentora consumada en la cruz, en cada uno.

Convéncete, sacerdote, de que tu sacrificio vale la pena, porque no solo llevarás muchas almas a Dios, cumpliendo con tu misión, sino que Él te ha prometido el ciento por uno en esta vida, y en la otra la vida eterna.

Alégrate, sacerdote, porque tú das testimonio de que Dios ha amado tanto al mundo, que le dio a su único Hijo en sacrificio, porque convenía que muriera un solo hombre por el pueblo, y no solo por toda la nación, sino para congregar a todos los hijos de Dios que estaban dispersos.

Ve y haz tú lo mismo.