PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – RENOVAR LAS PROMESAS
«Tomen, esto es mi Cuerpo. Esta es mi Sangre de la Nueva Alianza, que es derramada por muchos» (Mt 26, 26-28).
Eso dijo Jesús, cuando instituyó la Eucaristía.
Y eso dices tú, sacerdote, en cada celebración en memoria suya, mientras Él se hace presente a través de la transubstanciación.
Y tú, sacerdote, lo haces posible.
Tú eres sacerdote para siempre. Para partir el pan, para convidar el vino, verdadera Carne y verdadera Sangre de tu Señor, que es verdadera comida y verdadera bebida de salvación.
Él te da ese poder, y también te da el poder de perdonar los pecados y de impartir los sacramentos, enseñando y renovando su sacrificio único y eterno, pero incruento, hasta el final de los tiempos, instituyendo el sacerdocio, para compartir no solo su Cuerpo y su Sangre, sino también la gloria de su resurrección y la vida eterna.
Tu Señor te ha lavado los pies, sacerdote, para enseñarte lo que tú debes de hacer, para que aprendas a amar hasta el extremo, como Él, humillando tu humanidad y su divinidad, ante la ignorancia, la indiferencia, la impiedad, la iniquidad, la maldad, la crueldad y la oscuridad de los hombres, que no saben lo que hacen, porque no conocen la verdad.
Y te pide amarlos, como los ama Él, y te pide enseñarlos a amar como Él, y te hace luz del mundo y sal de la tierra, y te da el poder de ser Cristo, como Él, para reunir a su pueblo en un solo rebaño y con un solo Pastor.
Y te configura con Él mismo, que es el Buen Pastor, y te envía a llevar su misericordia a todos los rincones del mundo, para cumplir con Él su misión de salvación, que es para lo que Él ha venido al mundo, porque Dios amó tanto al mundo, que le dio a su único Hijo para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna. El cual, siendo de condición divina, no codició ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo, y hecho semejante a los hombres, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Y tú, sacerdote, ¿eres un siervo digno de ser en todo igual a tu Señor?
Déjate lavar los pies, déjate limpiar por Él, porque Él es quien te hace digno. Él te perdona y te llena de su amor y de su misericordia, para que tú vayas y hagas lo mismo.
Renueva, sacerdote, tus compromisos.
Humíllate ante tu Señor, pide perdón, y la conversión de tu corazón.
Confía en su bondad, en su poder y en su amor, y Él renovará tu alma sacerdotal, encendiendo en tu corazón el fuego apostólico de tu vocación, para que cumplas tu ministerio en virtud y perfección, alcanzando la santidad con la gracia que el Espíritu Santo ha infundido en ti, cuando has sido ungido con el Sacramento del Orden Sacerdotal.
Tú eres sacerdote para siempre.
Pero sigues siendo discípulo, y tu Señor es tu Maestro. Él te ha dado ejemplo, para que tú seas ejemplo para su pueblo.
Y tú, sacerdote, ¿estás dispuesto a ser en todo como tu Maestro?