PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – VIVIR EN EL ESPÍRITU
«Yo le rogaré al Padre, y Él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes, el Espíritu de la verdad».
Eso dice Jesús.
Y Jesús siempre dice la verdad. Porque el Espíritu de la verdad vive en Él y en el Padre, y no se pueden separar. Son un solo Dios verdadero, en una Santísima Trinidad.
Y tú, sacerdote, eres parte de esa deidad, porque estás unido en Cristo, por el Espíritu Consolador, que te enseña y te recuerda todas las cosas que te ha dicho tu Señor.
Tú eres al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar, templo vivo del Espíritu Santo, para llevar al mundo su verdad. Cristo es la verdad. Es Él quien te envía a llevar la vida al pueblo de Dios. Él es la vida, y es el Espíritu de la verdad, quien infunde la vida. Cristo es el camino con quien tú te haces camino, sacerdote, para conducir a su pueblo de vuelta a casa, al abrazo misericordioso del Padre.
Tú eres, sacerdote, la presencia viva de tu Señor, en cuerpo, en sangre, en espíritu, para llevar a las almas el alimento de vida, presencia real y substancial de tu Señor en el sacramento de la Eucaristía.
Tu Señor te ha enviado al Espíritu Santo Paráclito, quien te ha dado sus dones, sus frutos y sus carismas, para que, a través del ministerio sacerdotal, lleves a todas las almas a la verdad, para que conozcan el Espíritu y reciban al Espíritu, para que vivan en el Espíritu y sean unidos a Dios en un solo Cuerpo y un mismo Espíritu del cual Cristo es cabeza.
Por tanto, sacerdote, tú eres responsable de la unión del pueblo con Dios, reuniendo a las ovejas en un solo rebaño y con un solo Pastor.
Tu Señor no te ha dejado solo. Él te ha enviado al Espíritu Santo para que cumplas tu misión.
Bautiza, sacerdote, al pueblo de Dios, y perdona sus pecados, porque los pecados que perdones serán perdonados, pero los que no perdones les quedarán sin perdonar. Y esa, sacerdote, es una gran responsabilidad.
Lleva, sacerdote, al pueblo la Palabra de tu Señor, para que crean en Él y se salven. Porque todo el que crea en que Cristo es el Hijo de Dios, no morirá, sino que tendrá vida eterna. Y esa, sacerdote, también es tu responsabilidad.
Tú fuiste llamado y elegido, y dijiste sí, en perfecta conciencia y con total libertad. El Señor te ha ungido con su Espíritu para hacerte sacerdote para siempre.
En ti vive, sacerdote, el Espíritu de la verdad que Dios da a los que lo aman. Por tanto, sacerdote, tu espíritu es de amor, de servicio, de perdón, de unión, de entrega, de abandono y de obediencia a la voluntad de Dios.
Demuéstrale tu amor a tu Señor cumpliendo sus mandamientos, para que permitas que se manifieste en ti, y a través de ti, al mundo entero.