PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ALÉGRATE, SACERDOTE
«Su tristeza se transformará en alegría».
Eso dice Jesús.
Te lo dice a ti, sacerdote, para que su alegría se manifieste en ti, y a través de ti, al mundo entero.
Tu Señor es la alegría, el gozo, la plenitud y la paz. Él es la vida, y por eso ha vencido a la muerte.
Toda tristeza en el alma proviene de una pérdida, de algo que tenías y se ha ido, de algo que era tuyo, y te ha sido arrebatado.
La tristeza proviene de la falta de esperanza, de la fe debilitada y del amor no correspondido.
La tristeza proviene de la oscuridad y del vacío.
Alégrate, sacerdote, porque tu Señor, que fue crucificado, estaba muerto, pero ha vuelto a la vida; ha resucitado, se había ido, pero ha regresado; te había sido arrebatado, pero ha vuelto a ti, porque no ha sido derrotado. Él ha vencido al mundo, y su presencia viva te lo ha demostrado.
Alégrate, sacerdote, porque la piedra que los constructores desecharon es ahora la piedra angular.
Alégrate, sacerdote, porque el templo que fue destruido, en tres días ha sido reconstruido. El pecado que tenía al mundo esclavizado ha sido destruido y el mundo ha sido liberado.
Alégrate, sacerdote, porque, aunque el mundo ha despreciado la luz y ha elegido las tinieblas, la luz ha brillado y las ha disipado.
Alégrate, sacerdote, porque tu Señor ha encontrado aquello para lo que ha sido enviado, porque Él vino a buscar no a justos, sino a pecadores.
Alégrate, sacerdote, porque tu Señor no es ninguna pérdida, es don, es regalo, es gracia, es misericordia, es alimento, que se da, que llena, que sacia, que desborda, que inflama, que renueva, que ilumina, que fortalece, que une, que perdona, que santifica, porque a través de su cruz redentora justifica.
Alégrate, sacerdote, porque tu Señor todo lo transforma, todo lo convierte, porque Él hace nuevas todas las cosas.
Alégrate, sacerdote, si no ves a tu Señor, y aun así crees en Él. Dichosos los que creen sin haber visto.
Alégrate, sacerdote, cuando lo ves en cada uno de tus hermanos. No estás ciego, porque ahí en verdad está El, y te ha dado ojos para que veas: son los ojos de Él.
Alégrate, sacerdote, cuando lo escuchas, porque no estás sordo. Escucha su Palabra y lo escuchas a Él.
Alégrate, sacerdote, porque todo lo que estaba perdido ha sido encontrado, todo lo que estaba muerto ha vuelto a la vida. Tu Señor lo ha resucitado.
Alégrate, sacerdote, porque tu Señor es Cristo, y vive en ti, para colmarte con el gozo de su presencia, para incluirte en la plenitud de su existencia, sumergiéndote en el mar de su misericordia.
Alégrate, sacerdote, porque tu Señor es el Hijo de Dios, y en Él ha puesto sus complacencias, enviándole al Espíritu Santo, el Paráclito, el Consolador, para que cumpliera su misión; y lo mismo que ama el Padre al Hijo, el Hijo te ama a ti, sacerdote, y lo mismo que el Padre le ha dicho, te lo ha dicho a ti. Por tanto, lo que le ha dado el Padre, tu Señor te lo da a ti. Por eso va al Padre.
Abre tu corazón, sacerdote, y recibe al Espíritu Santo, sus dones y sus gracias, sus frutos y sus carismas, y, con docilidad, déjalo transformar tu tristeza en alegría, tu vacío en abundancia, y tu miseria en gracia.
Participa en el misterio redentor de tu Señor, para que comprendas que Él vive en ti, se manifiesta a ti, a través de su Espíritu, para que seas su voz, sus manos y sus pies, sus ojos y sus oídos, su instrumento fiel, configurado con Él, para que el mundo lo vea.
Tú eres, sacerdote, un elegido, para ser más que un siervo, un amigo, pero tu alegría no proviene de esto, sino de que el Espíritu Santo está contigo, y tu nombre está escrito en el cielo.