16/09/2024

Jn 20, 1-2. 11-18

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – LLEVAR EL MENSAJE DE SALVACIÓN

«¿Por qué estás llorando? ¿A quién buscas?»

Eso pregunta tu Señor.

Y te lo pregunta a ti, sacerdote, cuando te ve triste, cuando te ve cansado, cuando te ve preocupado y desconsolado, cuando te ve afligido, cuando te ve atribulado, atormentado y distraído.

Tu Señor es tu consuelo, sacerdote. Él está vivo, Él está contigo, aunque te sientas solo y todos se hayan ido, aunque no lo veas y parezca un Dios escondido.

Tu Señor todo lo ve, todo lo escucha, todo lo siente, porque Él es todopoderoso, es omnipresente y es omnisciente, y te compadece, porque te comprende.

Tu Señor ha subido al Padre, tu Padre, y a su Dios, tu Dios, pero no se ha ido, se ha quedado contigo.

¡Alégrate, sacerdote, Cristo está vivo!

Tu Señor vive en ti, obra en ti, y por ti se hace presente en el mundo, a través de ti, para llevar al mundo su misericordia.

Tu Señor es el amigo fiel que te acompaña, que nunca te traiciona, que te ayuda y que nunca te abandona, el que te ama, el que te guía por el camino de la verdad, para conducirte al Paraíso, para que estés con Él en su eternidad.

Tu Señor ha muerto por ti, y ha sepultado con su cuerpo inerte todos tus pecados, y ha vencido a la muerte, ganando para ti la vida en su cuerpo glorioso, porque tu Señor ha resucitado.

Tu Señor te ha llamado, sacerdote, para que vivas con Él cada día en la alegría de su presencia viva en la Eucaristía. Él se ha presentado ante ti y te ha llamado por tu nombre para que lo reconozcas, para que lo sigas, para que lo sirvas, anunciando al mundo la buena nueva, y ellos se alegren contigo.

Tu Señor te ha llamado, sacerdote, para que seas apóstol de Cristo, para que vivas la vida de Cristo, para que seas configurado por Cristo, con Él y en Él, para que lleves al mundo su presencia viva, para que les des vida, porque tú tienes el poder.

Recibe, sacerdote, a tu Señor que es el pan vivo bajado del cielo, y déjate amar por Él. Y con ese amor ama a su pueblo, y aliméntate con Él. Y con ese alimento alimenta a su pueblo, revístete de su pureza, y con esa pureza purifica a su pueblo.

Santifícate con tu fe puesta en obras, y con esas obras santifica a su pueblo, predicando su Palabra y llevándole su misericordia.

Pídele perdón y perdona a su pueblo, porque al que mucho se le perdona, mucha ama.

Tu Señor te ha llamado, sacerdote, para que navegues mar adentro, y eches las redes al mar. Alégrate, porque es Él mismo, quien te enseña a pescar.

Tu Señor te ha llamado y te ha dado ojos para que veas y oídos para que oigas. Escucha la Palabra de tu Señor, sacerdote, para que se abran tus ojos, y luego ve y dile al mundo que has visto a tu Señor, y llévales su mensaje de salvación en cada sacramento, en cada celebración, haciéndolos partícipes de tu alegría y de la vida en su resurrección.

Abre los ojos, sacerdote, y no busques, y no llores más. Tu Señor te ha encontrado, te ha sanado, te ha redimido, te ha salvado, y ha llenado el cielo de alegría, porque eras tú el que estaba perdido y Él te ha encontrado, eras tú el que estaba muerto, y Él te ha vuelto a la vida.