PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – RECONOCER A JESÚS
«Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?»
Eso dijo Jesús.
Y tú, sacerdote, ¿por qué estás triste? ¿A quién buscas?
Alégrate, sacerdote, porque tu Señor está aquí. Tú lo has buscado, pero Él es el que te ha encontrado.
¡Cristo está vivo! Y ha salido a tu encuentro, para quedarse contigo.
¡Abre tus ojos para que lo veas! Y reconoce a tu Señor en tu hermano. Es así como Él sale a tu encuentro, y te llama por tu nombre, porque te conoce desde antes de nacer.
Él es Cristo, Buen Pastor, que conoce a sus ovejas, y ellas lo conocen a Él.
Y las llama para que lo sigan, para llevarlas al Padre. Pero primero sube Él, confiando su rebaño a tus cuidados, sacerdote, para que, cuando te vean a ti lo vean a Él, para que, cuando tú les hables lo escuchen a Él, para que, cuando lo busquen, no busquen entre los muertos al que está vivo.
Y tú, sacerdote, ¿has buscado a tu Señor?
¿Te has dejado encontrar por Él?
¿Has escuchado su voz?
¿Lo has reconocido?
¿Has caminado con Él, sabiendo que Él es el camino?
¿Has llevado su Palabra al mundo, para dar testimonio de que tu Señor está vivo?
La Palabra de tu Señor es viva y eficaz, y da testimonio de sí mismo.
Y tú, sacerdote, ¿crees en su Palabra?, ¿la predicas?, ¿la practicas?
Demuestra tu alegría, sacerdote, profesando tu fe y haciendo sus obras, y aun mayores, sabiendo que tu Señor está en su Padre, que es tu Padre, y en su Dios, que es tu Dios, y que también está en ti, porque se ha quedado para el mundo, a través de ti, sacerdote, para que tú salgas al encuentro de las almas, y consueles al triste, y des de comer al hambriento.
Participa, sacerdote, en la resurrección del que estaba muerto y ha vuelto a la vida.
Y vive, sacerdote, con alegría, acudiendo todos los días de tu vida al encuentro con Cristo resucitado y vivo en la Eucaristía, que te ha ganado para Él, porque estabas perdido y Él te ha encontrado, porque estabas muerto, y Él te ha resucitado.
Que sea tu alegría el testimonio de tu fe, sirviendo a los hombres con tu ejemplo y con tu guía, reuniéndolos a todos en un solo rebaño y con un solo pastor, a imagen y semejanza del Buen Pastor que reina y vive en ti, con quien eres configurado: Cristo, el Redentor crucificado y resucitado, que ha traído al mundo la salvación.
Reconócete, sacerdote, en Él, y a Él en ti, y permanece con Él, para que sea Él y no tú, quien viva en ti, para que camines confiado cumpliendo la misión a la que Él mismo te ha enviado, renunciando a todo por Él, hasta a ti mismo, tomando tu cruz, como Él, para seguirlo.
Tu Señor es el Camino, la Verdad y la Vida.
Reconócelo, sacerdote, cada vez que partes el pan y dices “esta es mi Carne”, y cada vez que elevas el vino y dices “esta es mi Sangre”. Es tu Señor en ti, sacerdote, y te llama por tu nombre.
Tu Maestro te ha buscado, y en ti ha encontrado a su discípulo amado.
Y tú, sacerdote, ¿lo reconoces?