PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – EL PODER DEL SACERDOTE
«Vayan y aprendan qué sentido tiene Misericordia quiero y no sacrificios. Porque no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mt 9, 13).
Eso dijo Jesús.
Y tú, sacerdote, ¿has aprendido el sentido que tienen estas palabras?
¿Conoces el significado de la misericordia?
¿La practicas a través de obras, o haces sacrificios vacíos que no son agradables a tu Señor?
La misericordia de Dios ha sido derramada en la cruz desde el Sagrado Corazón de Jesús.
Tú eres, sacerdote, instrumento de salvación, para llevar la misericordia de tu Señor al mundo entero.
Tu Señor te ha llamado y te ha elegido para darte una gran responsabilidad, porque Él te conoce desde antes de nacer, y te ha consagrado para Él.
Y Él confía en ti, porque te da la gracia, y su gracia te basta.
Tu Señor ha puesto en tus manos el poder de perdonar los pecados, y todos a los que tú perdones, les quedarán perdonados, pero a los que no perdones, les quedarán sin perdonar. Y de eso, sacerdote, tú darás cuentas.
Tu Señor ha puesto en tus manos el poder de consagrar el pan y el vino, para que sean transubstanciados en verdadera comida y en verdadera bebida, para llevarle a los hombres la vida y la salvación.
Tu Señor ha puesto en tus manos el poder de llevar su paz al mundo. Esa, sacerdote, es tu cruz, para que la lleves todos los días con alegría.
Tu Señor ha puesto en tus manos el poder de predicar su Palabra con tu boca, y te da la autoridad para que tengas credibilidad ante el mundo al proclamar la buena nueva haciendo sus obras.
Tu Señor ha puesto en tus manos el poder de unir el cielo con la tierra, por lo que todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.
Tu Señor ha puesto en tus manos el poder para hacer sus obras y aun mayores, porque Él, que ha subido al Padre, está contigo todos los días de tu vida para ayudarte.
Tu Señor ha puesto el poder de Dios en ti, sacerdote, entregándose totalmente en tus manos, y Él es la misericordia misma, que te envía a darle de comer al hambriento, a darle de beber al sediento, a vestir al desnudo, a visitar al enfermo, a acoger al peregrino, a visitar al preso, a darle santa sepultura al muerto, a enseñar al que no sabe, a dar consejo al que lo necesita, a corregir al que se equivoca, a perdonar los pecados, a consolar al triste, a sufrir con paciencia a los errores de los demás, y a orar por los vivos y los muertos.
Y tú, sacerdote, ¿eres misericordioso?
¿Haces lo que tu Señor te manda?
¿Cumples la misión que Él te ha dado, y para la que has sido enviado?
¿Aceptas tu ministerio con alegría para llevar al mundo la paz, o tienes cerrado tu corazón endurecido, que no da nada porque está vacío, y nadie puede dar lo que no tiene?
Acude, sacerdote, a la oración, y pídele a tu Señor que te dé la disposición para abrir tu corazón a recibir su gracia y su misericordia.
Mira que está a la puerta y llama. Si tú lo escuchas, y abres la puerta, Él entrará y cenará contigo y tú con Él.
No pierdas la oportunidad, que siempre está vigente, de acudir a tu Señor y a su Divina Misericordia, para convertir tu corazón, y de participar de la obra redentora de tu Señor, construyendo con Él el Reino de los cielos, por lo que tú alcanzarás también su misericordia, al derramarla para el mundo entero, porque tu Señor ha dicho “Bienaventurados serán los misericordiosos, porque ellos recibirán misericordia “.
Tú tienes, sacerdote, el poder en tus manos de transformar al mundo, buscando a los pecadores y convirtiéndolos en justos a través de los sacramentos.
Usa bien tu poder, sacerdote, y lleva al mundo la paz a través de la misericordia.