16/09/2024

Jn 2, 1-11

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ESCUCHAR Y HACER LO QUE DICE JESÚS

«Hagan lo que él les diga».

Eso es sabiduría.

Escuchar la Palabra de Jesús y no ponerla en práctica es como tener fe y no ponerla en obras. Es como tener oídos, pero estar sordo. Porque una fe sin obras está muerta.

Escuchar lo que dice Jesús y hacer lo que Él dice es dar testimonio de la fe y ponerla en obras. Entonces el que obedece da testimonio de vida, porque da testimonio de una fe que se manifiesta en obras, y que da fruto, y es así manifestada, transforma.

Eso es el testimonio, para eso es el testimonio: es manifestar en obras la fe, para dar testimonio de vida.

El que hace lo que Jesús dice, ese escucha. Y ese obedece, porque tiene su confianza puesta en el Señor, porque sabe que Dios es su Padre y le dará todo para bien, según su voluntad.

El que escucha a Jesús y hace lo que Él le dice, ese está cumpliendo la voluntad de Dios.

El que cumple la voluntad de Dios, ese ama, porque la voluntad de Dios está en su ley, en que lo amen a Él por sobre todas las cosas, y en que se amen los unos a los otros, como Jesús los amó.

El que quiera aprender a amar para hacer la voluntad de Dios, que escuche la Palabra de Jesús y que haga lo que Él le diga.

Solo así, sacerdote, transformarás corazones.

Solo así, escuchando y obedeciendo, será transformado tu corazón de piedra en corazón de carne, para que tu corazón sienta, goce, pero también sufra, teniendo los mismos sentimientos de Cristo, por quien han sido hechas nuevas todas las cosas, para que tú, sacerdote, también transformes los corazones de los hombres, predicando la Palabra de Jesús, para que lo escuchen, y hagan lo que Él les diga.

Entonces, sacerdote, verás milagros. Porque harás las obras de Jesús, y aun mayores, porque es así como glorificas al Hijo, y el Hijo glorifica, en ti, al Padre.

Transforma, sacerdote, el mundo, de la oscuridad a la luz, de la mentira a la verdad, del odio al amor, de la miseria a la divinidad, por la misericordia de Dios, transformando el pecado en perdón, y el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Esos, sacerdote, son milagros que solo los hace Dios cuando obra en ti, y a través de ti, cuando tú lo escuchas y haces lo que Él te dice.

Y es así como se derraman las gracias del Sagrado Corazón de Jesús a los corazones de los hombres, a través de tu corazón sacerdotal, configurado con el corazón de Cristo, unido a su Santísima Trinidad.

Gracias que conducen al hombre a Dios por su propia voluntad, porque la gracia lleva al hombre a la disposición de recibir lo que Dios quiere darle, y Dios se da, porque Dios es don, y los dones de Dios son buenos para los hombres, porque los une al único que es bueno, y lo santifica por el único que es santo.

Sacerdote, escucha lo que te dice Jesús, y haz eso que te dice, porque Él sabe lo que te conviene, porque Él te ama y, por eso, te convierte, pero, para escuchar, primero hay que guardar silencio, hay que disponer el corazón, y tener los oídos abiertos.

Quiere sacerdote; disponte, sacerdote; ábrete a la gracia y a la misericordia de Dios, a través de la escucha de su Palabra, y transmite hasta la última letra de lo que Él te dice, porque su Palabra es espada de dos filos, que abre los corazones y penetra hasta las entrañas, a la médula de los huesos, transformando todo lo que toca, hiriendo los corazones, sensibilizando las emociones, despertando los sentidos, llenando del fuego de su amor los corazones hasta desbordarlos, transformándolos en la dulzura, la inocencia, la suavidad, la belleza y la ternura de un niño, porque son los niños los que tienen corazón de carne.

La gracia transformante es la gracia que renueva tu alma, sacerdote. Y, a través de ti, el alma de todos los hombres.

La gracia transformante te da la serenidad y la paz interior de tu alma, para que vivas en la plenitud y en la alegría del amor de Dios, amándolo por sobre todas las cosas, y amando a tus hermanos, como Jesús los amó, escuchando su Palabra y haciendo lo que Él te dice, porque esa es la ley de Dios.

La gracia transformante, sacerdote, es la gracia del amor, por la que regresas al primer amor, que renueva y transforma tu alma sacerdotal en el alma del niño que se configura con Cristo en el altar.

Es el agua que calma tu sed y el alimento que te sacia.

Es el agua transformada en el vino que te falta, y que tú no sabes pedir, pero que tu Madre, sacerdote, pide para ti; porque una madre siempre sabe lo que el hijo necesita, lo que al hijo le conviene, lo que es bueno; porque ella sabe que solo Dios es bueno, lo que lo santifica; porque ella sabe que solo Dios es santo.

“Hagan lo que él les diga”.

 

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – EL AGUA DE LA OBEDIENCIA

«Hagan lo que Él les diga»

Eso sacerdote, es lo que tienes que hacer.

Obedece, sacerdote, para que no te equivoques, porque, el Espíritu Santo le ha sido dado a los que obedecen a Dios.

Escucha, sacerdote, la voz de tu Señor. Te pide que seas portador del agua viva de su manantial, que es la gracia y la misericordia derramada en su pasión y muerte en la cruz, en el sacrificio redentor, para la salvación de las almas.

Entrega tu voluntad al servicio del Señor y llena las tinajas de agua viva, para que, por Él, con Él y en Él, la lleves a las almas, convertida en el mejor de los vinos, que es fuente de vida y bebida de salvación.

Pero bebe tú primero, sacerdote. Recibe la gracia y la misericordia de tu Señor. Abre, sacerdote, tu corazón, para que sea expuesto, y tú mismo descubras si tiene salud o está enfermo. Humíllate y sé honesto, y pide, sacerdote, lo que necesita tu alma y lo que necesita tu cuerpo.

Reconoce tu necesidad, tu miseria, tu debilidad, tu fragilidad, y date cuenta de que tú eres portador de la gracia de Dios, pero llevas ese tesoro en vasija de barro.

Pide a tu Señor la fortaleza y los dones del Espíritu Santo, para que permitas que sea Él quien viva en ti, porque Él es la salud, Él es la verdad, Él es la luz, Él es la vida, Él es todo lo que a ti te falta.

Sacerdote: haz lo que Él te diga, pero convéncete de que lo necesitas. Nada puedes sin Él, pero con Él eres omnipotente, porque Él ha vencido al mundo, y es con Él como tú también lo vences.

Tú tienes, sacerdote, el poder de Dios en tus manos, para llevar la salud al enfermo del alma y del cuerpo.

Cumple, sacerdote, con tu misión. Corresponde a la gracia de tu Señor, derramando la misericordia a través de las obras de tus manos, que con el poder de Dios otorga a aquellos que tienen sed, que necesitan de tu poder para transformar su enfermedad en salud y recuperar la vida que un día recibieron a través del agua viva, que tus manos derramaron con la gracia del Espíritu Santo.

Sacerdote: eres portador de gracia, eres portador de vida, eres portador de salud, eres portador de misericordia, eres portador de alegría. No permitas que tu agua se acabe, porque, para que tú bebas del mejor de los vinos, debes primero obedecer a tu Señor llenando las tinajas de agua viva.

Permanece, sacerdote, junto a la Madre de gracia y de misericordia, como un niño pequeño que pide con insistencia, porque es así como todo lo consigue. Al niño obediente la Madre no le niega sus caprichos, lo consiente, lo mira con ternura y le da lo que le pida.

Pero, si un niño está enfermo, lo primero que le da la Madre es el remedio, lo socorre, lo auxilia, lo sana y conserva su salud de cuerpo y de alma.

Que sea eso, sacerdote, lo que tú le pidas.

Que ese sea tu capricho, para que hagas siempre lo que tu Señor te diga.

Bebe, sacerdote, y conduce a tu rebaño hacia las fuentes tranquilas del manantial del agua de la vida, que brota, en la cruz, de su costado. Dale de beber a tu Señor: obedece, sacerdote. Es así, haciéndose obediente hasta la muerte, como Él ha vencido al mundo.