PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – CREER POR LAS OBRAS
«Si no hago las obras de mi Padre, no me crean. Pero si las hago, aunque a mí no me crean, crean por las obras, y así sabrán y conocerán que el Padre está en mí, y yo en el Padre» (Jn 10, 37-38).
Eso dice Jesús.
Y te muestra sus obras, sacerdote, para que creas en Él, para que tú hagas sus obras, y aun mayores, para que otros, por tus obras, crean en Él.
Y tú, sacerdote, ¿has visto las obras de tu Señor? ¿Crees en Él? ¿Haces sus obras?
¿El pueblo de Dios cree en Él, por tus obras?, ¿o sigues buscando y pidiendo señales prodigiosas y tentando a tu Señor, para creer que Él se entrega a ti, todos los días en tus manos, en Cuerpo, en Sangre, en Alma, en Divinidad, en presencia viva, en alimento de vida, en bebida de salvación, en gratuidad, en don, en comunión, por la transubstanciación del vino y del pan, fruto del trabajo de los hombres, que tú entregas como ofrenda a tu Dios en el altar?
¿Crees, sacerdote, que Cristo está vivo, y que siempre está contigo?
¿Crees, sacerdote, que tú siempre estás con Él, porque Él te ha llamado, y te ha elegido, y te ha configurado con Él?
¿Crees, sacerdote, que tu Señor fue encarnado en un vientre puro de mujer virgen e inmaculada, libre de mancha de pecado desde su concepción y para siempre?
¿Crees, sacerdote, que tu Señor fue enviado por su Padre, para que todo el que crea en Él se salve?
¿Crees, sacerdote, que tu Señor es Dios y se hizo hombre para ser igual que tú, en todo menos en el pecado?
¿Crees, sacerdote, que Jesús es su nombre, para que al pronunciarlo toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra, en los abismos y en todo lugar?
¿Crees, sacerdote, que tu Señor es Dios verdadero y hombre verdadero, por lo que tú no tienes un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de ti, de tus debilidades, de tus flaquezas, de tus miserias?
Porque Él fue tentado en todo, como tú, y aunque no cometió pecado, Él te comprende, te acepta, te pide que vuelvas, porque te ama, te perdona, y en la cruz te ha mostrado todas sus obras.
Cree, sacerdote, aunque no hayas visto, porque dichosos son los que creen sin haber visto.
Confía, sacerdote, en la Palabra de tu Señor, y evita, desecha la tentación que perturba los pensamientos de tu mente, y hace pecar a tu corazón, lastimando el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de tu Señor, cuando lo elevas entre tus manos y no lo adoras, porque la duda se asoma y dejas que se apodere de ti.
Pídele, sacerdote, al Espíritu Santo, que abra tus ojos para que veas, que convierta tu corazón de piedra en corazón de carne, para que creas y hagas sus obras, para que otros crean en ti, no por tu palabra, sino por tus obras.
Nadie es profeta en su propia tierra. Eso también lo dijo Jesús, pero también dijo que nada es imposible para Dios.
Y a ti te ha enviado, sacerdote, como misionero, a conquistar el mundo entero, para que la piedra que desecharon los constructores y que ahora es piedra angular, sea exaltada como indicio de su grandeza, mientras tú construyes su Reino, para que, viendo las obras de su Padre, el mundo crea y se salve.
La puerta del cielo está abierta. Esa es la obra de tu Señor.
Tus obras, sacerdote, serán: conducir al pueblo de Dios reunido en un solo rebaño y con un solo Pastor, para que entren por esa puerta y alcancen la salvación y el paraíso en la vida eterna. Esas, sacerdote, son obras.
Cree, y pon tu fe por obra. Eso es lo que te pide tu Señor.
Tú pídele que aumente tu fe, y abre tu corazón para que recibas su gracia y su misericordia, a través de su amor.
No busques señales prodigiosas. La señal eres tú, sacerdote.
Tú estás puesto en el mundo para que te vean y entonces crean.
Tú eres instrumento de salvación.
Eres Cristo, sacerdote. Créelo.