16/09/2024

Jn 5, 17-30

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – DERRAMAR MISERICORDIA

«Quien no practica la misericordia tendrá un juicio sin misericordia. La misericordia, en cambio, prevalece ante el juicio» (Sant 2, 13).

Eso dice la Escritura.

Pero también dice que los misericordiosos recibirán misericordia.

Y tú, sacerdote, ¿cómo quieres ser presentado ante tu juicio?

“Todo el que no está conmigo está contra mí”.

Eso lo dice tu Señor, sacerdote.

Y todo el que es misericordioso está con Él, porque Él es la misericordia misma.

Y tú, sacerdote, ¿estás con Cristo?

¿Eres misericordioso y haces sus obras?, ¿o solo pretendes practicar la justicia que no te pertenece, y juzgas por tu propia cuenta?

¿Te crees justo, sacerdote?

Pues yo te digo que justo solo es tu Señor, y Él no ha venido a buscar a justos, sino a pecadores, porque son los miserables los que necesitan misericordia.

Humilla tu corazón, sacerdote, y reconócete pecador, para que puedas ser encontrado por tu Señor.

Tú eres a quien Él ha venido a buscar primero, y por eso te ha hecho último, porque los últimos serán los primeros.

Arrepiéntete, sacerdote, y cree en el Evangelio.

Pon en práctica la Palabra que predicas, porque es la misericordia misma, pero también es la justicia de tu Señor con la que Él mismo te ha justificado de tus pecados, para que puedas ser considerado como hijo de Dios y, por filiación divina, merezcas la heredad, que por ti solo no eres capaz de merecer.

No eres digno porque no eres justo, pero la bondad de Dios es infinita, como infinito es su poder, por lo que Él, a través del sacrificio de su cruz, en el que te hace ofrenda con Él, merece para ti que tu misericordia, unida a la suya, prevalezca ante su justicia.

Pero de ti se requiere fe, y de tu fe se requieren obras, sacerdote, para que por tus obras manifiestes tu fe, por la que crees que Cristo es tu Señor. Es el único Hijo de Dios, que vino al mundo a derramar su misericordia sobre ti, para salvarte.

Él no ha venido a juzgarte, sacerdote. Él ha venido a perdonarte, y ha venido a enseñarte sus obras, para que tú hagas lo mismo y todos los hombres se salven.

Pero no basta, sacerdote, con la intención de tu corazón.

La misericordia requiere acción para ser derramada, y ser manifestado el amor de tu Señor a todas las almas, a las que Él mismo ha venido a buscar a través de ti, de tu trabajo, en el ministerio que te ha sido encomendado, uniendo tu misericordia a la misericordia de tu Señor, manifestando sus obras, e impartiendo los sacramentos, para que su misericordia llegue a todos los rincones del mundo.

Es así como honras a tu Señor, sacerdote.

Pero antes, arrodíllate ante el sagrario, y reconoce a tu Señor sacramentado.

Humíllate como Él se ha humillado, para pedir perdón por tus pecados.

Oración, sacerdote, primero oración, después expiación, y muy en tercer lugar, acción.

Eso es lo que te pide tu Señor cuando te dice: “misericordia quiero y no sacrificios”.

Es en la oración, sacerdote, en donde tomas conciencia de tus actos, y te ofreces a tu Señor como una ofrenda, entregándole, en completa libertad, tu cuerpo, tu sangre, tu alma y tu voluntad, para hacerte suyo y, en Él, adquirir su divinidad. Y entonces serás justo, como Él, para hacer sus obras y aun mayores, derramando su misericordia para el mundo, por su justicia, porque, por su cruz, ha redimido y justificado al mundo entero, para que sean como Él, santos, y merezcan así la vida, que, por su pasión, por su muerte y por su resurrección, les ha conseguido la justificación, por la que cada uno glorifica al Hijo, para que el Hijo glorifique al Padre.

Esa es la voluntad de tu Señor, sacerdote.

Pero tu Señor no hace su propia voluntad, sino la voluntad de aquel que lo ha enviado y, si no es el discípulo más que su Maestro, entonces, ¿por qué haces tú tu propia voluntad, sacerdote?

Mucho te ha dado tu Señor, y de todo eso te pedirá cuentas.

Él te ha dado su misericordia, para que la administres bien.

Por tanto, tu Señor asegura tu salvación, porque te ha dado los medios para que tú, a través de tus obras, seas misericordioso, y prevalezca así la misericordia frente al juicio, para que, habiendo obrado bien, escuches la voz de tu Señor para la vida, y no para la condenación, porque tu Señor es misericordioso, pero su juicio es justo.

Y tú, sacerdote, ¿eres justo y misericordioso?

¿Buscas hacer tu voluntad, o la voluntad de tu Señor?