16/09/2024

Jn 10, 22-30

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – HACER LAS OBRAS DEL PADRE

«El Padre y yo somos uno».

Eso dice Jesús.

Y no solo lo dice porque a Él no le creen; lo demuestra con las obras, que dan testimonio de Él.

Y tú, sacerdote, ¿demuestras tu fe con obras, para que crean en Él?

¿Eres veraz?

¿Practicas lo que predicas, o solo repites las palabras de tu Señor, y tú mismo no haces lo que dices?

El discípulo no es más que su maestro. El Hijo de Dios se muestra al mundo como Cordero, pero obra como Pastor.

El Cordero de Dios que quita los pecados del mundo se humilla hasta hacerse nada, caminando en medio del mundo como un hombre, pequeño, indefenso, frágil. Porque siendo Dios, se anonadó a sí mismo, adquiriendo la naturaleza humana. Y se hizo hombre para ser en todo igual que tú, sacerdote, excepto en que Él, aunque fue tentado, no cometió pecado. Pero era tan humano, que no creían en Él, pero Él sabía que su Padre, que lo había enviado, daría testimonio de Él, para que los que no creyeran por la fe, al menos creyeran por las obras.

Tú eres, sacerdote, una obra de Dios.

Tú eres testimonio de la deidad de tu Señor. Pero el que da testimonio debe ser testigo y creer primero.

Mírate a ti mismo, sacerdote, y cree en el Cristo al que tú mismo representas.

Cree, sacerdote, en ti mismo, y en el poder que Dios ha puesto en tus manos y en tu boca.

Agradece la misericordia de tu Señor, al llamarte como uno de sus siervos, y el detalle que ha tenido contigo al llamarte “amigo”.

Tú eres, sacerdote, una obra de Dios, que Él ha puesto en las manos de su Hijo, para que seas uno con Él.

Y nadie te arrebatará de su mano, porque nadie puede arrebatar nada de las manos del Padre, y Él y el Padre son uno.

Esa es tu confianza, sacerdote, pero esa es también tu responsabilidad, porque es a través de ti, que los hombres creerán.

Cree, sacerdote, en que tú puedes hacer las obras que hizo tu Señor, y aun mayores, porque Él ha subido al Padre, y lo que tú pidas en su nombre Él lo hará, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.

Esa es tu confianza, sacerdote, y esa es la esperanza del pueblo de Dios, que ha puesto su fe en tus obras, cuando consagras el pan y el vino, y lo conviertes en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo.

Cuando proclamas su muerte, y anuncias su resurrección, y lo compartes con ellos, para alimentarlos con el verdadero alimento y la verdadera bebida de salvación.

Cuando predicas con seguridad y con alegría la Palabra de tu Señor, que sale desde dentro de tu corazón, y que llega a cada corazón, y penetra hasta lo más profundo, como espada de dos filos; no como palabra de hombre, sino como Palabra de Dios, para que crean, porque todo el que crea tendrá vida eterna.

Y si tú, sacerdote, das vida, y el Hijo de Dios es la vida, y el Padre es quien da la vida, ¿cómo es que no crees en tus obras?

Y si crees en que tú haces las obras de tu Señor, ¿cómo es que dices que te falta fe?

Es verdad que no eres tú quien hace las obras, sino que es a través de ti que Dios obra; pero tú estás en el Hijo y el Hijo está en el Padre, y juntos son uno.

Y si te resistes a creer esto, sacerdote, abre tu corazón, levanta tus manos, eleva tus ojos y alza tu voz al cielo, y dile “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”, y luego déjate amar por Él, deja que te llene de Él, de su gracia y de su misericordia, y acepta con docilidad los dones y gracias del Espíritu Santo.

Tú eres, sacerdote, el instrumento fidelísimo del Hijo de Dios, por quien muestra al mundo las obras de su Padre.