16/09/2024

Jn 11, 1-45

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – CREER EN LA VIDA

«Yo soy la Resurrección y la Vida»

Eso dice Jesús.

Esa es la verdad que tú estás llamado a creer, sacerdote, para que la puedas enseñar, para que reúnas al pueblo santo de Dios en un solo rebaño y con un solo Pastor, porque si no creen que Cristo resucitó, vana es su fe.

Resurrección y vida, eso es lo que te ha dado tu Señor, cuando tú aceptas su llamado y dejas todo, muriendo al mundo para vivir en tu Señor resucitado, porque, para resucitar, primero hay que morir, sacerdote.

Tú estás llamado a vivir en el mundo sin ser del mundo. Por eso debes renunciar a todo lo que te ata al mundo, sacerdote, para que, una vez liberado, puedas servir a tu Señor, completamente con Él configurado, sin más pertenencias que la cruz que tu Señor te ha dado, para que tú, como Él, vivas tu pasión y mueras a las pasiones del mundo y al pecado, para ser por Él, con Él y en Él resucitado, y tener vida.

Pero, para tener vida, primero hay que creer en la Vida.

Tu Señor es la Vida. Por eso todo el que crea en Él, aunque muera, vivirá.

Y tú, sacerdote, ¿crees en Él? ¿Haces todo lo que Él te dice? ¿Confías en su poder?

¿Eres consciente de que tu Señor es el Hijo único de Dios, que Él mismo ha enviado al mundo, para que el mundo crea y se salve?

¿Crees en su Palabra? ¿La cumples? ¿Haces sus obras?

¿Eres consciente de que tu Señor es la verdad, y de que la verdad te hace libre?

¿Crees que, en esa libertad, Él mismo entregó su vida para salvarte?

¿Crees en su misericordia y en su perdón?

¿Crees que Él te ama tanto, que ha querido hacerte parte de su gloria y de su redención?

Tú eres, sacerdote, un elegido de tu Señor, un hijo predilecto de Dios, que ha sido llamado, ha sido elegido, ha sido preparado, y ha sido configurado con la Verdad.

Pero morir al mundo, sacerdote, depende de ti, y creer que tu Señor resucitado es Jesús Sacramentado, también depende de ti, porque la gracia ya te la ha dado.

Pídele a tu Señor que confirme tu fe, sacerdote, para que la pongas en obras, confirmando en la fe a tus hermanos.

Toma conciencia, sacerdote, de que cada uno de tus actos ayuda o afecta también a tus hermanos, que viven en Cristo, por Él y en Él, en un mismo cuerpo y por un mismo espíritu, resucitados en medio del mundo, porque, aun cuando el cuerpo tienda al pecado, el espíritu de Dios te mantiene vivo, sacerdote, en la esperanza de alcanzar, después de tu muerte, la vida eterna, como Él, en alma y en cuerpo glorioso, por Él, con Él y en Él.

Esa es su promesa, sacerdote, y esa es tu fe y la de todos los que por ti crean en su Palabra y la cumplan, para que, por sus obras, sea glorificado el Hijo de Dios, y así, unidos en Él, le den gloria a Dios, porque el Padre ya ha sido glorificado en el Hijo.

Y tú, sacerdote, ¿crees en la resurrección en el último día?

¿Crees que tu cuerpo volverá a tener vida aun después de haber estado muerto?

¿Crees que tu Señor, que ha venido al mundo a hacerse hombre, como tú, para morir por ti, ha resucitado y está vivo?

¿Crees en eso, sacerdote, cuando lo tienes entre tus manos, cuando lo elevas en el altar, cuando lo haces descansar en el cáliz y en la patena en el altar?

Si crees esto, sacerdote, entonces trátalo con cuidado, con veneración, con respeto, adorando su Sangre y su Cuerpo, una vez que ha sido consagrado y transubstanciado el vino y el pan en Él.

Adóralo cuando lo trituras con tus manos. Lo estás inmolando a Él.

Es tu Dios, vivo y resucitado, a quien haces tuyo cuando lo comes, cuando lo bebes; y tú te haces a Él.

Toma conciencia, sacerdote, de lo que ocurre en el altar.

Cree en el poder de tus manos, y en que tu Señor ahí está. Pero no está solo, tú estás con Él, configurado totalmente.

Sacerdote: tú eres Él. Eres tú en quien tu Señor se glorifica para glorificar a Dios, en un único y eterno sacrificio agradable a Dios.

Agradece, sacerdote, a tu Señor, y haz conciencia de lo que ocurre en cada misa, en cada comunión.

Entrégate totalmente para ser triturado, por tu propia voluntad, con tu Señor, para morir al mundo en su cruz y alcanzar la vida en su resurrección.

¡Vive, sacerdote, vive!, porque Cristo vive en ti, porque por Él con Él y en Él, eres un crucificado para el mundo y un resucitado para Cristo, para que vivas haciendo sus obras y aún mayores, porque Él está en el Padre, y está contigo todos los días de tu vida.

Cree, sacerdote, en ti, y en que el Padre te concederá, por Cristo, que vive en ti, todo lo que le pidas, para que, por ti, el mundo crea y alcance en Cristo la resurrección y la vida.