PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – GENEROSIDAD EN EL SERVICIO
«El que quiera servirme que me siga, para que, donde yo esté, también esté mi servidor».
Eso dice Jesús.
Y te lo dice a ti, sacerdote, cada día, para que renuncies a ti mismo, tomes tu cruz con alegría, y lo sigas.
Y te lo dijo el día que te vio debajo de la higuera, y te llamó para que lo siguieras. Y tú dijiste sí, y Él no te llamó siervo, sino amigo.
Tu Señor ha encontrado en ti un hombre según su Corazón, porque ha visto tu disposición a dar por Él tu vida, y ha infundido en ti su inmenso amor, porque nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Tu Señor ha dado su vida por ti, sacerdote, y es dando la vida por Él como un amigo le corresponde.
Tu entrega está dando fruto, sacerdote. Persevera en esa entrega, abandonado en la confianza de que no eres tú quien ha elegido a tu Señor, sino que es Él quien te ha elegido a ti, y te ha destinado para que vayas y des fruto, y ese fruto permanezca, de modo que todo lo que le pidas al Padre en su nombre te lo conceda.
Tu Señor te envía a servirlo, pero primero tienes que seguirlo, y para seguirlo hay que conocerlo a través de la Palabra, y de la experiencia del encuentro con Él en la oración.
Tu Señor no ha venido a ser servido, sino a servir. Y tú, sacerdote, ¿estás dispuesto a ser en todo igual que tu Maestro?
No está el discípulo por encima de su maestro, ni el siervo por encima de su amo. Bástale al discípulo ser como su maestro y al siervo como su amo.
Y tú, sacerdote, ¿has comprendido todo esto?
Tu Señor te ha elegido a ti, sacerdote, en medio de mucha gente. Te ha dado su gracia y ha hecho de ti un siervo fiel y prudente, que en la tribulación y en la persecución permanece alegre, haciéndose último y servidor de todos, porque Él te ha llamado, porque tú lo has escuchado, y renunciando a ti mismo lo has encontrado.
Tu Señor vive en ti, sacerdote, y tú das testimonio de Él y de su amor, de su misericordia y de su poder.
Tu Señor te ha dado una fe grande, sacerdote. Consérvala, aliméntala, fortalécela, valórala, cuídala, muéstrala con tus obras, permaneciendo en el amor de tu Señor, para que sean uno como el Padre y Él son uno, y el mundo crea que Él lo ha enviado.
Tu Señor te pide que mueras al mundo, sacerdote, que te aborrezcas a ti mismo, que lo sigas y te pongas a su servicio. Te pide mucho, pero te muestra la balanza: en un lado está tu generosidad y tu confianza, y en el otro lado está el ciento por uno en esta vida, y la vida eterna, que es tu esperanza.
Reflexiona y date cuenta hacia dónde está inclinada la balanza, para que entiendas que todo vale la pena.