PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – LLEVAR LA PAZ AL MUNDO
«La paz les dejo, mi paz les doy».
Eso dice Jesús.
Y tú, sacerdote, ¿recibes su paz?
¿La experimentas? ¿La conservas? ¿La compartes?
La paz de tu Señor está en ti, sacerdote.
Paz interior, que se manifiesta en servicio y en alegría en el exterior.
Paz interior, que se demuestra al actuar con serenidad ante cualquier situación.
Paz interior, que demuestra al mundo tu confianza, tu fe, tu esperanza y tu amor.
Paz interior, deseada y esperada por muchos, que la buscan en el mundo sin encontrarla, porque la paz interior te la da Cristo, pero no te la da como la da el mundo.
La paz del mundo es pasajera y se establece después de una guerra.
La paz de Dios permanece, a pesar de la guerra.
Y tú, sacerdote, ¿vives en medio de la tribulación, de la angustia, de la desesperación?
¿Vives preocupado, ansioso, afligido, nervioso, o deprimido?
¿Eres presa de la soledad que genera los apegos y las cadenas que te atan al mundo?
¿Te sientes derrotado ante tus tentaciones por haberte entregado a los vicios y a las pasiones?
¿Te sientes abatido por los deberes que te inquietan, por no haberlos cumplido?
Detente, sacerdote, haz un alto en tu camino, rectifica, arrepiéntete y vuelve tus pasos; porque si has perdido la paz, has perdido el buen camino. Si caminas en la oscuridad y no ves la luz, es que en algún momento has elegido las tinieblas y has despreciado la luz.
Toma conciencia, sacerdote, de tus actos y tus palabras, para que veas lo que hay en tu corazón, y descubre si hay pureza en tu intención, para actuar, para discernir, para orar, para decidir, para usar tu libertad para hablar o para callar,
Escucha, sacerdote, la Palabra de tu Señor.
Deja que penetre hasta lo más profundo de tu corazón, con la efusión del Espíritu Santo, y deja que sea Él y no tú, quien examine tu conciencia, para que, con honestidad y con toda humildad, reconozcas qué es lo que hay en ti, y qué es lo que te falta para experimentar la plenitud de la paz que tu Señor te da.
¿Cuáles son los factores externos y los conflictos internos que te hacen perder la paz?
Acércate a la oración, sacerdote, a los pies del Sagrario y pídele a tu Señor que te dé su paz.
Y luego acércate, sacerdote, al confesionario, con un corazón contrito y humillado, a pedir perdón y a recibir su paz.
Y luego lucha, sacerdote, para que nada te turbe y nada te espante, sabiendo que todo se pasa, y solo Dios basta.
Para conservar la paz invoca al Espíritu Santo, y pídele tu disposición para abrir tu corazón a recibir la misericordia y las gracias de tu Señor.
Acepta su amor y pon tu fe por obra, sirviendo al prójimo con caridad. Y si, aun así, no consigues conservar la paz, analiza nuevamente tu conciencia, y descubre en quién tienes puesta tu confianza, tu esperanza y tu fe.
Y ¡conviértete! Ten el valor de reconocer tu error, y de abrir tu corazón para vaciarlo de los apegos del mundo, para alejarte de toda tentación y ocasión de pecado, porque la paz se pierde cuando la culpa te atormenta.
Tu Señor te ha enviado a llevar la paz al mundo, sacerdote. Es para eso que te la ha dado.
Y tú, ¿la has perdido?
¿La has desperdiciado, o la has establecido en cada corazón herido que se acerca a ti, apelando a la misericordia derramada en la cruz por Cristo?
Conserva la paz de tu Señor, sacerdote, abandonando tu voluntad a su divina voluntad, pidiéndole perdón y fortaleza para no volver a pecar.
Recuerda, sacerdote, que con el demonio no debes dialogar, porque es el rey de la mentira y el ladrón de tu paz.
Vuelve a la oración, sacerdote.
Procura tu propia formación y pon en práctica la Palabra de tu Señor, para que recibas su paz y la des al mundo, no como la da el mundo, sino con el amor de tu Señor.