PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – RECIBIR EL AMOR
«Como el Padre me ama, así los amo yo».
Eso dice Jesús.
Te lo dice a ti, sacerdote, y Jesús siempre dice la verdad, pero tu entendimiento no alcanza a comprender la grandeza de sus palabras, y la magnitud de su verdad.
Tu Señor es el amor, y tu Señor es la verdad.
El que medita estas palabras y las comprende, exulta de alegría, y desborda de paz su corazón, porque no hay amor más grande que el Amor mismo, que ha dado la vida por ti, para hacerte parte.
Y tú, sacerdote, ¿puedes imaginar cuánto ama a Jesús su Padre?
Date cuenta, sacerdote, así, infinitamente grande, es el amor de tu Señor por ti.
Ríndete, sacerdote, ante el amor de tu Señor, y déjate amar por Él.
Déjalo transformar tu corazón de piedra en corazón de carne, para que tengas los mismos sentimientos que Él.
Abre tu corazón dispuesto a la conversión, fruto de la escucha de la Palabra de Dios, cumpliendo sus mandamientos, para que permanezcas en su amor.
Pero, la conversión, sacerdote, es todos los días, porque tu humanidad es limitada y miserable, incomparable con la bondad y el amor infinito y perfecto de tu Señor.
Apela, sacerdote, a su misericordia, que es la manifestación del amor de Dios.
Recibe su gracia, y pídele que te ayude a permanecer en su amor, como Él permanece en el amor del Padre.
Acude, sacerdote, a la ayuda y a la protección de la Madre de Dios. Ella es Madre del Amor Hermoso, que es tu Señor.
Pídele que te enseñe a recibir el amor, como ella lo recibió.
Pídele que te enseñe a guardar la Palabra, para permanecer en el amor.
Pídele que te ayude a mantenerte en el camino seguro, y en un encuentro constante con el amor.
Pídele que te enseñe a agradecer y a corresponder con tus obras a ese amor.
Y vive llevando la cruz de cada día con alegría, en correspondencia de ese amor.
Reconócete, sacerdote, humilde y pecador, pequeño e indigno, que no merece el amor de su Señor, y acércate con el corazón contrito y humillado al confesionario, buscando el perdón y la paz de tu Pastor, convencido de que Él ha venido a buscar:
No al justo, sino al pecador.
No al sano, sino al enfermo.
No al fuerte, sino al débil.
No al perfecto, sino al miserable.
No al primero, sino al último.
No al rico, sino al pobre.
No al sabio, sino al ignorante.
Y al que está perdido, para encontrarlo, y llenar de alegría su cielo, por un pecador arrepentido que se convierte.
Tú eres, sacerdote, la alegría del corazón de tu Señor, cuando te dejas amar por Él, y agradeces la gracia del encuentro continuo con Él, a través de su Palabra.
Agradece, sacerdote, el don del amor, que te convierte, que te une, y que te da la gracia de permanecer en tu Señor.