PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – EL PRIVILEGIO DE SER SU AMIGO
«Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando».
Eso dice Jesús.
Eso te lo dice a ti, sacerdote.
Tu Señor no te llama siervo, te llama amigo.
Y tú, sacerdote, ¿haces lo que Él te dice?
¿Cumples sus mandamientos?
¿Permaneces en el amor de tu Señor?
¿Eres un amigo fiel, como Él?
Persevera, sacerdote, en la fidelidad a la amistad de aquel que te ha amado primero, que te ha llamado, y que te ha elegido para que entregues tu vida a su servicio. Y no te ha llamado siervo, te ha llamado amigo, porque te ha dicho todo lo que Él oyó decir a su Padre, y te ha confiado todo lo que Él ha ganado cuando fue enviado a buscarte.
Tu Señor confía en ti, sacerdote, como su Padre confía en Él.
Tu Señor te ama a ti, sacerdote, como su Padre lo ama a Él.
Tu Señor te ha dado el poder para hacer sus obras, para transmitir su amor y su misericordia. Te ha hecho partícipe de su único y eterno sacrificio, confiando en ti, en tu libertad y en tu voluntad, la salvación del mundo, que Él con su sangre ha venido a ganar.
Tú eres sacerdote, víctima y altar, por Cristo, con Él y en Él.
Tú eres cordero y pastor, discípulo y maestro, pecador y corredentor.
Es inconcebible la misericordia que ha tenido contigo tu Señor.
Créelo, sacerdote. Es tan real como infinito es su amor.
Tú eres sacerdote para siempre. Pero ser amigo de tu Señor es un privilegio adquirido, cuando permaneces con Él, como Él permanece contigo.
Cumple, sacerdote, los mandamientos de tu Señor. Haz lo que Él te dice, como su Madre te enseñó. Entonces verás milagros.
Tú eres, sacerdote, ejemplo para el pueblo de Dios, y Él manda que se amen los unos a los otros, como Él los amó.
Amarse los unos a los otros significa dar amor, pero también significa recibir el amor.
Es más fácil dar que recibir, sacerdote. Porque para dar se requiere generosidad, pero para recibir, se necesita humildad.
Reconócete, sacerdote, necesitado del amor de tu Señor, que te entrega a través de los demás. Acepta las oraciones de su pueblo y sus obras de misericordia, para que se cumpla la Palabra de tu Señor que dice “los misericordiosos recibirán misericordia”.
Por tanto, sacerdote, dar y recibir es una oportunidad para dejar a Dios actuar en ti y en los demás, envolviéndolos en el círculo dinámico del amor que es Él mismo, y que, manifestándose en sus obras, glorifica al Padre en el Hijo.
Abre tu corazón, sacerdote, y recibe el amor y la misericordia de tu Señor. Déjate amar, deja al Espíritu Santo actuar. Entrégale tu voluntad y tu libertad con docilidad, y abandónate en el beneplácito de su magnificencia, y déjate llenar de su amor, para que puedas cumplir el mandamiento de tu Señor, porque nadie puede dar lo que no tiene.
Escucha la Palabra de tu Señor, y ponla en práctica, sacerdote. Eso es lo que Él te manda, y te pide tener un amor tan grande, como lo tiene Él, y eso quiere decir dar la vida por tus amigos.
Y tú, sacerdote, ¿tienes amigos?
¿Eres un amigo fiel?
¿Darías tu vida por tus amigos? ¿Los conoces? ¿Te conocen? ¿Los amas? ¿Te aman?
Acércate al sagrario, sacerdote, y trata de amistad a tu Señor, porque para amar como ama Él, primero debes conocer al Amor, y dar la vida con alegría, entregándote con Él en cada Eucaristía.