PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – PERSEGUIDOS Y CALUMNIADOS
«El siervo no es superior a su señor».
Eso dice Jesús.
Y tú, sacerdote, ¿eres el siervo de tu Señor?
Persevera, sacerdote, en el servicio a tu Señor.
Persevera en la obediencia, aceptando la voluntad de Dios.
Alégrate, sacerdote, de haber sido elegido como siervo, para llamarte amigo.
Tu Señor, siendo Rey, ha sido odiado y despreciado por el mundo, porque su Reino no es de este mundo.
Tu Señor, siendo Dios, ha sido perseguido, golpeado, calumniado, juzgado y crucificado, porque el mundo ha preferido las tinieblas a la luz.
Y tú, sacerdote, ¿esperas ser amado, aceptado, alabado, respetado, y bien recibido, por un mundo al que no perteneces, porque has sido elegido, y has sido separado del mundo, para ser de tu Señor?
No es más el discípulo que su maestro. Tú eres el discípulo, y tu Señor es tu Maestro. Aprende de Él, para que seas como Él, porque Él es tu modelo para llegar al cielo.
No pretendas, sacerdote, ser más que tu Señor, y ser mejor que tu Maestro, porque la soberbia es el mayor de los pecados, porque te arrastra a la desobediencia que te separa de tu Señor, y te lleva a la muerte.
Persevera, sacerdote, en la humildad, pidiéndole a tu Señor que te haga último y pequeño, y su generosidad te hará ser como Él, para que seas primero.
Alégrate, sacerdote, cuando seas perseguido y calumniado por su causa, porque tu premio será grande en el Reino de los cielos.
Ten valor, sacerdote, y reconoce quién eres, renuncia a ti mismo, toma tu cruz de cada día con alegría y sigue a tu Señor, como un siervo fiel y prudente a quien su Señor puso al frente.
Alégrate, sacerdote, porque tu Señor confía en ti. Él ha dado su vida por ti, porque te ama.
Y tú, sacerdote, ¿qué harás por Él?
¿Aceptarás tu condición de esclavo para servir a tu amo, o te revelarás contra aquel que te ha creado, y que todo te ha dado, hasta la vida y la libertad, para rechazarla o elegirla?
Acepta, sacerdote, ser cordero primero, para aprender a ser pastor.
Camina tú primero, para que puedas ser guía del Pueblo de Dios.
No intentes entender por qué este mundo de mentira no acepta vivir en la verdad que les da la libertad, y prefieren permanecer atados y encadenados en medio de la oscuridad.
Acude al auxilio de la Madre de tu Señor, sacerdote, para que te ayude a entregar tu voluntad a la voluntad de Dios. Que sea ella tu modelo: “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.
Abre tu corazón a recibir el amor de tu Señor, y renuévate, sacerdote. Revístete de la dignidad sacerdotal, para que permanezcas en la fidelidad a su amistad, porque Él no te ha llamado siervo, te ha llamado amigo.