PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – LA ALEGRÍA DE LA ORDENACIÓN
«Yo los volveré a ver, se alegrará su corazón, y nadie podrá quitarles su alegría».
Eso dice Jesús.
Y su mirada la ha puesto en ti, sacerdote.
Él te ha mirado, Él te ha llamado, y Él te ha elegido.
Y tú, te has dejado mirar por Él, lo has escuchado, y lo has seguido, renunciando a todo, hasta a ti mismo; has tomado tu cruz, para ser configurado con tu Señor Jesús.
Él ha transformado tu corazón, llenándolo y desbordándolo de amor, por el Espíritu Santo. Y ha convertido tu vida en motivo de constante alegría.
Tu Señor te ha mirado, y tú, has sido ordenado.
¡Desborda de alegría el alma mía! Eso es lo que exulta tu alma, y las palabras que pronuncia tu boca, porque la boca habla de lo que hay en tu corazón.
Tus manos brillan, iluminadas con luz del poder que tu Señor te ha dado, para que el mundo sea salvado.
Se inflama tu corazón, y arde en el celo del fuego apostólico que consume tu cuerpo hasta hacerse polvo, hasta hacerse nada, postrado ante tu Señor, que siendo Dios se anonada, y se hace igual a ti, para compadecerte, para ayudarte, para fortalecerte en la virtud y en la fe, muriendo en la cruz por ti, para salvarte.
Tus sueños, tus ilusiones, tus pasiones, están envueltas en un solo deseo: consumar tu matrimonio con la doncella que acabas de desposar, la Santa Iglesia Católica, en el acto de amor más grande y más puro que te ha enseñado tu Señor: entregar tu vida cada día, con tu trabajo, con tu oración, con tu ministerio, y con los sacramentos, predicando la Palabra de tu Señor, y alimentando a su pueblo, sirviendo a la Iglesia, como la Iglesia quiere ser servida.
No hay nostalgia, no hay tristeza, tu alma ya no está afligida. En cambio, refleja una inmensa alegría, mientras te sientes indigno, pequeño, casi un niño, que no puede esconder en sus labios la sonrisa, y en sus ojos una lágrima, al celebrar su primera misa.
Tu Señor te ha mirado, cuando tú, por primera vez, has consagrado la ofrenda del pan y el vino, para ser transubstanciado en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo.
Tu Señor te ha mirado, cuando entre tus manos lo has elevado, y tú lo has visto también, con los ojos del alma, que no mienten, que no engañan, que revelan la verdad: ¡Cristo está vivo!, entre tus manos tienes su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad.
Tu Señor te ha mirado, y eres tú, sacerdote, el mismo Cristo en quien el Padre pone sus complacencias, y envía al Espíritu Santo sobre ti, con la abundancia de la gracia, para darse al mundo a través de ti.
Tu Señor te ha mirado, y ha confiado en ti, y tu alegría se expresa en la emoción del primer pecado perdonado, por el que te convierte en administrador de su misericordia.
Y al pasar de los años, alégrate, sacerdote, cada vez que tu Señor te voltea a ver, y te recuerda que Él te ha mirado, te ha llamado, te ha elegido y te ha ordenado, para ser con Él configurado.