PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – APRENDER A PEDIR Y A RECIBIR
«Yo les aseguro: cuanto pidan al Padre en mi nombre, se lo concederá».
Eso dice Jesús.
Y no solo lo dice, sino que lo asegura.
Y tú, sacerdote, ¿sabes pedir?
¿Cómo pides? ¿Cuándo pides? ¿Qué tanto pides?
Y luego ¿estás dispuesto a recibir?
¿Recibes? ¿Tu alegría es completa?
Tu Señor, que ha salido del Padre, y ha venido al mundo, deja el mundo para volver al Padre, y esa es causa de tu alegría, sacerdote, porque en ti confía, y a ti te envía a continuar su obra, y te asegura su consuelo, concediéndote todo lo que en su nombre pidas.
Él se va al Padre, pero te envía al Consolador, para que te llene de su poder, de sus dones y de su amor, y te configura con Él, para quedarse en el mundo, y consumar su obra en cada hombre, a través de ti.
Pídele al Padre, sacerdote, en el nombre del Hijo, que te llene del Espíritu Santo, porque tu misión es grande, y tú solo no puedes, pero su gracia te basta.
Pídele al Padre, sacerdote, como pide un hijo, sabiendo que el Padre te ama.
Pídele en el nombre del Hijo a quien tú representas, y a quien Él tanto ama.
Pídele para ti, para que, a través de ti, en el nombre de Cristo, sean las gracias derramadas para servirlo.
Pídele con fe, sabiendo que tu Señor siempre cumple sus promesas, y lo que pidas en su nombre, el Padre te lo concederá.
Pídele con insistencia, como pide un niño, sabiendo que, si es bueno para él, el Padre gustoso se lo concederá, porque el Padre se complace en el hijo.
Pídele dispuesto a recibir lo que Él te quiera dar, pero entrégale tu voluntad, sabiendo que Dios no se deja ganar en generosidad.
Pídele abriendo tu corazón y exponiendo a la caridad del Padre tus miserias, para que se compadezca y te llene de su misericordia.
Pídele lleno de esperanza, sabiendo que tu Dios es omnipotente, bondadoso y complaciente.
Pídele amándolo y adorándolo, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.
Pídele esperando con paciencia, porque el amor es paciente.
Pídele con amabilidad, porque el amor es amable.
Pídele con generosidad, y con humildad, porque el amor no es egoísta, no es envidioso, no es jactancioso, no se irrita, y no toma en cuenta el mal.
Pídele con justicia, alegrándote de la verdad.
Pídele demostrándole el amor de tu Señor que hay en ti, que todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, y todo lo soporta.
Aprende a pedir, sacerdote. Pide y nunca te canses de pedir. Pero aprende, sacerdote, también a recibir. Porque al que tiene mucho se le dará más, pero al que no tiene, hasta ese poco se le quitará.
Pide, sacerdote, porque todo el que pide recibe, el que busca halla, y al que llama se le abre.
Alégrate, sacerdote, porque tú has amado a tu Señor, y has creído que del Padre ha venido y al Padre se ha ido y, aun así, se queda contigo.