16/09/2024

Jn 16, 29-33

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – PERMANECER EN LA BATALLA

«En el mundo tendrán tribulaciones; pero tengan valor, porque yo he vencido al mundo».

Eso dice Jesús.

Y te lo dice porque te comprende, sacerdote.

Y ante la incertidumbre de tus miserias, te llena de la seguridad de su victoria.

Tu Señor confía en ti, sacerdote, y pone en tus manos su triunfo sobre el mundo, a través de su misericordia.

Tú eres, sacerdote, el portador de la salvación y de la paz de tu Señor.

Tú eres, sacerdote, el receptor de los tesoros que ha ganado tu Señor con su victoria.

Y te ha hecho su administrador para compartirlos con su pueblo.

Tú eres, sacerdote, por tanto, un instrumento fidelísimo de Dios, para que llegue su gracia al mundo, a través de los sacramentos.

El Espíritu Santo, Paráclito, Consolador, es el Dador y el Santificador.

¡Recíbelo!, para que puedas entregar al mundo los tesoros de tu Señor con sabiduría, con inteligencia, con consejo, con fortaleza, con ciencia, con piedad, y con santo temor de Dios.

¡Recíbelo!, para que te llene de Él, y puedas dar lo que a cada uno conviene, en su momento.

¡Recíbelo!, para que con sus dones obtengas frutos en ti mismo, y tengas el valor, aun en medio de la tribulación, sabiendo que tu Señor, que está contigo, ha luchado tus batallas, y ha vencido.

Recibe al Espíritu Santo, sacerdote, para que permanezcas en el amor de tu Señor, como Él permanece en ti.

Abandónate a su voluntad con docilidad, para que Él pueda actuar a través de ti.

Pídele que su luz te ilumine, para que disipe toda tiniebla que haya en ti, y obedece la voz en tu interior, que, ante la dificultad, te ayuda a discernir.

Deja que la luz ilumine tu conciencia, y luego actúa con prudencia.

Eso es lo que hace un buen administrador, que sabe que nada es suyo, que todo es de su Señor, y que un día le rendirá cuentas.

Fortalece tu fe, sacerdote, haciendo las obras de tu Señor, y aún mayores, porque es así como tú das testimonio de su misericordia.

Tú eres, sacerdote, un guerrero incansable del ejército del Rey, que ha vencido al mundo, y le ha sido dado todo el poder, y con ese poder te envía a llevar su Palabra al mundo, para que todos crean en Él.

Permanece en la batalla, sacerdote, con valor, junto a tu Rey, soportando con paciencia los ataques, las persecuciones, los insultos, los golpes, la injusticia y la inclemencia del enemigo a la Santa Iglesia.

Y defiéndela, sacerdote, con valentía, sabiendo que, a través de ti, tu Señor la mantiene protegida, y el mal no prevalecerá sobre ella.

Confía, sacerdote, en la victoria de tu Rey, y sigue caminando, seguro de tu poder, que te asegura que toda dificultad es pasajera, porque la victoria de tu Señor es eterna.

Y si un día desertaras, sacerdote, y abandonaras a tu Señor, pide asistencia al Espíritu Santo, para que te muestre el camino de la misericordia y la paz, confiando en que tu Señor ha vencido, y que en ese triunfo tú, sacerdote, estás incluido.

Tú eres, sacerdote, portador de la misericordia y de la paz de tu Señor, partícipe de su vida, de su pasión, de su muerte, de su resurrección, y de su triunfo en la batalla de cada alma, para alcanzarles la salvación.