16/09/2024

Jn 19, 1-16

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – SIETE PALABRAS EN LA CRUZ

«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».

Eso dijo Jesús cuando estaba en la cruz. Y no estabas ahí, sacerdote, te habías ido, tenías miedo, te habías escondido, estabas débil, porque no habías orado, te quedaste dormido, y no te habías fortalecido con Él.

Y clavaron sus manos, y clavaron sus pies, y tu Señor fue levantado para atraer a todos los hombres a Él.

Y tú, ¿en dónde estás, sacerdote, cuando el Hijo de Dios es levantado sobre la tierra? ¿Estás presente?

¿Te dejas clavar con Él, para ser uno, como su Padre y Él son uno, o sólo lo entregas y luego lo abandonas?

¿Buscas la compañía de su Madre para que te lleve de regreso a Él, y te sostenga al pie de la cruz con Él?

«Hoy mismo estarás en el Paraíso».

Eso te dice Jesús, sacerdote, cuando regresas con el corazón contrito y humillado que Él no desprecia, y le pides perdón; cuando te dispones a servirlo y le entregas tu corazón, y dejas padre, madre, casa, hermanos, tierras, y renuncias a los placeres del mundo para tomar tu cruz y seguirlo por amor a Él. Entonces Él te da el ciento por uno en esta vida y, en la otra la vida eterna.

Entrégate, sacerdote, sin condiciones a tu Señor. Entrégale tu vida totalmente, y Él te dará su paraíso.

«He aquí a tu hijo, he aquí a tu Madre».

Y te lo dice a ti, sacerdote, configurándote íntimamente con Él, haciéndote hijo como Él, para que lleves a su Madre a vivir contigo, y tengas siempre la ayuda que tuvo Él, y encuentres en su Madre la protección, la compañía, el consuelo, el ejemplo, la gracia, la perseverancia, el aliento, la fe, la esperanza, el amor, el auxilio.

Él te entregó lo que más ama, porque te ama, para que te lleve a Él por camino seguro, y te da su compañía, porque a Jesús siempre se va y se vuelve por María.

«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»

Tu Señor se abaja a ti, sacerdote, de tal manera, que vive como tú, sufre como tú, siente como tú, habla como tú, y te compadece porque te comprende.

Porque tú no tienes un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de ti en tus flaquezas, porque ha sido probado en todo, igual que tú, sacerdote, excepto en el pecado.

«Tengo sed».

Tu Señor te llama, sacerdote, para que le des de beber. Tiene sed de almas. Tiene sed de ti. Quiere saciar su angustia con tu sí. Porque Él ha venido al mundo a traer la salvación con su muerte, pero te ha dado a ti el poder de conquistar la voluntad y el querer de las almas, para que las conduzcas a Él, y te ha dado los sacramentos y su Palabra, para que sacies la sed de su pueblo con la fuente de vida que es bebida de salvación, y que brota en esa cruz desde su corazón, transformándose en misericordia para el mundo.

Y te convierte en instrumento de salvación, haciéndote parte con Él de su redención. Te da una gran responsabilidad, sacerdote, pero te da el poder de saciar su sed.

«Todo está consumado».

Eso dice Jesús, y te lo dice a ti, a punto de morir por ti, sacerdote.

Porque tú eres la obra maestra que tu Señor creó. Y en ti consuma sus deseos, sus planes, sus sueños, cuando alcanzas en Él la perfección de tu alma sacerdotal, sacerdocio real y sacerdocio ministerial.

Y te hace luz para que, a través de ti, llegue la salvación y la vida, que con su muerte y su resurrección ha ganado para el mundo.

«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu».

Eso dijo Jesús, y esas fueron sus últimas palabras, para que lo escucharas tú, sacerdote, para mostrarte el camino de vuelta a la casa del Padre. Él es el Camino para revelarte la Verdad y puedas salvarte, porque Él es la Resurrección y la Vida, y todo el que crea en Él, aunque muera, vivirá.

Y Él entrega su espíritu en las manos de su Padre, totalmente abandonado a su confianza, para enseñarte a ti a hacer lo mismo: a entregar tu voluntad a aquel que te ha creado, y que tanto te ha amado, que te dio a su único Hijo para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna.

Tu Señor duerme en la paz de la esperanza en su resurrección. Tu Señor ha puesto en Dios toda su confianza manifestada en ti, sacerdote, y te envía a reunir a su pueblo en un solo rebaño y con un solo Pastor, pero no te envía solo, ahí tienes a su Madre, Él te da su compañía, y también te dice “yo te ayudo”.

Tu Señor confía en ti, sacerdote: en tu amor, en tu amistad, en tu fidelidad, en tu capacidad, en tu poder, en tu celo apostólico por las almas, en tu entrega de vida, y en tus promesas, porque Él, que ha derramado su sangre hasta la última gota, te ha dado todo, hasta su vida. Y su gracia te basta.