16/09/2024

Jn 19, 25-34

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – EN MANOS DE LA MADRE

«Mujer, ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu Madre».

Esas son palabras de Jesús.

Son palabras de amor, y es la misericordia derramada de Dios a través del Hijo, en un último acto de amor, antes de entregar su espíritu en las manos de su Padre.

El Hijo entrega la Madre al discípulo, que permanece unido a Él, y que nunca lo abandona, para hacerlo como Él, igual a Él, de la misma naturaleza del Padre: hijo, configurado con Él, hombre y Dios, entregando su humanidad y su divinidad a su Madre, a través de ti, sacerdote.

Tu Señor te mira, y se compadece de ti: el amigo fiel, el discípulo amado, que no lo ha abandonado, y te eleva, te hace a Él, uniéndote con Él, entregándote en las manos de su Madre, para que ella te acoja en su corazón, como a Él lo acogió en su vientre.

Y te eleva con ella a los altares, uniendo en ti a la humanidad entera, para que sea partícipe del único y eterno sacrificio redentor de Cristo, por quien todo está consumado.

 Pero de ti, sacerdote, se requiere disposición para aceptar a la Madre, reconociéndote hijo, reconociéndola Madre de la Iglesia, Madre de Dios, y Madre tuya, para que la lleves a vivir contigo, a tu casa.

Para que te abandones a su protección y a sus cuidados, totalmente confiado y entregado, como un niño en los brazos de su madre.

De ti se requiere que entregues tu voluntad a la voluntad de tu Señor, para que cumplas sus últimos deseos.

Ten compasión, sacerdote, como compasión ha tenido de ti tu Señor cuanto te ha mirado, porque tú no lo has abandonado; y míralo tú también.

Cumple la voluntad de un moribundo que entrega su vida para salvar la tuya, renovando a la humanidad, entregándote lo que más ama: a su Madre, para hacerte suyo, para hacerla tuya.

Aprende de la Madre, escucha las palabras de tu Señor, y obedece, sacerdote: acoge a la Madre que te acoge como verdadero hijo para llevarte en su regazo.

Pues, como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también, por la obediencia de uno solo, todos serán constituidos justos.

Tú has sido llamado y has sido elegido, porque tu Señor, antes de nacer, ya te había conocido, y te había consagrado.

Acepta la voluntad de tu Señor, y conságrate, sacerdote, a su Madre y a su Corazón Inmaculado, para que siendo todo de ella, seas todo de Él.

Haz oración, para que dispongas tu corazón a recibir las gracias de tu Señor.

Haz sacrificio, sacerdote, a través de la mortificación de tus sentidos, y de tus obras de misericordia, por las que las gracias se derraman al mundo entero, a través de los sacramentos.

Vive la fe, la esperanza y la caridad con el prójimo, llevando tu cruz de cada día con alegría, y adorando el Cuerpo y la Sangre de tu Señor, que es presencia real y substancial en la Eucaristía.

Recibe el favor de tu Señor, sacerdote, y acepta la compañía de su Madre, que es Madre de Dios y Madre tuya, y es Madre de la Iglesia, para que cada hombre la haga suya y encuentre el camino seguro, porque ella siempre nos lleva a Jesús.

Glorifica a tu Señor, sacerdote, recibiendo la compañía de la Madre que nunca abandona. Déjate embelesar por su belleza, y recibe su auxilio, su protección, su misericordia y su amor, y déjate abrazar como un niño en los brazos de su madre, para que lleves con ella al mundo su ternura y su paz.