PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – AMAR A JESÚS
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»
Eso preguntó Jesús a su discípulo fiel, a quien sería Roca y Pilar de su Iglesia. Y le preguntó tres veces.
Y eso mismo te pregunta a ti, sacerdote, y está esperando a que le contestes.
“Te amo”. Qué palabras tan sencillas, pero tan profundas, y con tanto significado.
“Te amo”. Qué palabras tan hermosas y fáciles de escuchar, pero tan difíciles de pronunciar.
“Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”.
Es verdad que lo sabe, pero le gusta que se lo digas, y que se lo demuestres, sacerdote, porque la boca habla de lo que hay en el corazón, y las obras lo manifiestan.
“Te amo, Jesús, te amo”.
Díselo, una, dos, y tres veces, sacerdote: en la sede, en el ambón y en el altar.
“Te amo, Jesús, te amo”.
Díselo, cuando lo elevas entre tus manos.
“Te amo, Jesús, te amo”.
Sabia jaculatoria, que expresa en sí misma toda alabanza y gloria.
“Te amo, Jesús, te amo”.
Díselo, sacerdote, y demuéstraselo apacentando a su rebaño, conduciéndolo al manantial de agua viva, para darles vida, alimentándolos con el pan vivo bajado del cielo, que es alimento de vida eterna, que los apacienta porque los sacia con su gracia.
“Te amo, Jesús, te amo”.
Díselo, sacerdote, y apacienta a su rebaño, predicando su Palabra.
“Te amo, Jesús, te amo”.
Díselo, sacerdote, y apacienta a sus corderos, construyendo en la tierra el Reino de los cielos.
“Te amo, Jesús, te amo”.
Díselo, sacerdote, y apacienta a sus corderos, administrando los sacramentos al mundo entero.
Haz conciencia, sacerdote: ¿cuántas veces le hablas de amor a tu Señor? ¿Qué tanto lo procuras en la oración?
Tú eres un siervo de Dios, sacerdote, pero Él te ha llamado amigo, porque te ama.
Y tú, sacerdote, ¿en verdad lo has dejado todo y lo sigues, o solo lo sirves?
Detente, sacerdote, y rectifica el camino que te aleja de tu vida de piedad para sumergirte en el activismo que ocupa tu mente, tu tiempo y tu corazón, que llena tu vida de muchas cosas, pero se siente vacía, porque muchas cosas son importantes, pero solo una es necesaria.
¡Vuelve, sacerdote, a la oración!
Vuelve al diálogo con tu Señor.
Vuelve al Sagrario, y llénate de su amor, para que puedas decirle: “te amo, Jesús, te amo”, con palabras que salen de tu boca, pero que provienen de tu corazón.
Ama, sacerdote, a tu Señor, y díselo con palabras y con obras de amor, perseverando con fe, con esperanza y con caridad, en la fidelidad a su amistad. Glorifica a tu Señor con tu vida, y síguelo.