16/09/2024

Mc 1, 7-11

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – SER LUZ

«Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida».

Eso dice Jesús.

Y también te dice a ti, sacerdote, que tú eres la luz del mundo y la sal de la tierra.

Y si la sal se desvirtúa ¿con qué se le salará? Se vuelve inservible, un desecho, ya no sirve para nada.

Y si la luz no ilumina, si la luz se esconde, se oculta y se apaga, ¿de qué servirá? Una luz que no ilumina tampoco sirve para nada.

Que brille tu luz, sacerdote, como la estrella sobre el pesebre, para que seas guía que lleve a los hombres al encuentro con Cristo. Para que ilumines el camino de los adoradores, de los que le llevan regalos, de los que desean ser santos, de los que están perdidos y quieren ser encontrados y convertidos.

Que seas tú la luz de Cristo que brilla sobre la tierra.

Que seas tú el que lleva la buena nueva.

Que seas tú, sacerdote, luz que ilumine en medio de las tinieblas del mundo, porque la luz vino al mundo, y el mundo no la recibió, porque prefirió las tinieblas a la luz.

Y el mundo ocultó la Luz con la muerte en la cruz, pero la Luz era Dios, y la Luz brilló con más fuerza, para llegar a todos los rincones del mundo.

 Jesús era la luz de la tierra, cuando estaba en la tierra.

Ahora, la luz de la tierra, sacerdote, eres tú.

Brilla, sacerdote, expón al mundo tu luz, exaltando el nombre de Jesús, desde el pesebre hasta la cruz, con tu vida, con la que das testimonio de que la luz está en la vida, porque la luz es Jesús.

Ilumina, sacerdote, el camino de los hombres con tus pasos. Que te sigan, para que los lleves a la verdadera fuente de luz, y permanece tú en la luz de Cristo, para que tu luz permanezca en Él y Él en ti, para que brille para siempre.

Que sea el Espíritu Santo la luz que te encienda, para que tu brillo sea de amor, para que el reflejo de tu brillo sea esperanza que encienda la fe de los hombres, para que los lleves a la luz, que es el encuentro con Cristo.

Y si un día se apagara tu luz, pide, sacerdote, con todas tus fuerzas, ser encendido de nuevo en la llama viva del amor de Dios, porque todo lo que tú le pidas en su nombre Él te lo concederá.

Que seas tú, sacerdote, siempre lámpara encendida, por Cristo, con Él y en Él, para que se escuche la voz de tu Señor, que abre el cielo para decir: “éste es mi Hijo amado, en quien yo pongo mis complacencias”.

Eres tú, sacerdote, la luz de Cristo que brilla para el mundo, preparando los caminos del Señor, para que seas como Él, y el mundo descubra su grandeza en tu pequeñez.

Que seas tú, sacerdote, la luz que brilla, iluminando las tinieblas en medio del mundo.

Que seas tú, sacerdote, quien dé a conocer el nombre de Jesús, y quien realice sus obras.

Que seas tú, sacerdote, quien prepare el camino para la venida definitiva del Hijo de Dios.

Que seas tú, sacerdote, morada de descanso en donde Él pueda reclinar su cabeza.

Que seas tú, sacerdote, adorador en el pesebre y en la cruz.

Que seas tú, sacerdote, quien haga presente al Hijo de Dios en el mundo a través de la Eucaristía, para que, iluminado por el Espíritu Santo, seas un rayo de luz y seas la estrella que guía a los hombres al encuentro con Cristo, y seas por Él, con Él y en Él, el hijo amado en quien Dios se complace.

 

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – PRECURSORES DE LA SALVACIÓN

«Detrás de mí viene uno, más grande que yo, al que yo no soy digno de desatarle las correas de las sandalias. Yo los he bautizado con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo» (Mc 1, 7-8).

Eso dice Juan el Bautista.

Bautismo, renovación, vida, pureza, gracia santificante con la cual se abre el cielo, para hacer a los hombres hijos de Dios.

Bautismo que une a los hijos en un solo pueblo santo de Dios.

Bautismo que regenera y hace nuevas todas las cosas.

Gracia que purifica al hombre para hacerlo digno de la unión con su Señor.

Bautismo que el mismo Cristo recibe, pero que no necesita, porque la pureza no puede ser purificada: la pureza es y Cristo es.

Pero que obedece a la voluntad del Padre, para hacerse en todo como los hombres, menos en el pecado, para abajarse completamente a la miseria del hombre.

Y, como signo de contradicción, el que recibe el Bautismo para el perdón de los pecados es el Cordero de Dios que quita los pecados de los hombres.

Una sola es la fe, una misma es la esperanza, y uno solo es el Bautismo.

Sacerdote: tú eres esa unión entre Dios y los hombres, tú eres quien consigue que, a través del poder de tus manos, el cielo se abra, para que el Espíritu Santo derrame su gracia y se escuche la voz de Dios, presentando al mundo a sus hijos que acaban de ser afiliados a él.

Bautismo con agua, que lava, que limpia, que quita toda mancha dando vida, porque es el agua de la vida, es el agua viva del manantial del Espíritu Santo, que renueva y que santifica.

Sacerdote: si tú no bautizas, ¿quién podrá ser hijo de Dios?; si tú no impartes los sacramentos ¿quién podrá transformar su alma para dignificarla y poder ser unida con Dios?

Tú eres el sacerdote que bautiza en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, que ata en el cielo, porque lo que ata en la tierra queda atado en el cielo.

Pero, si el sacerdote no ata nada en la tierra ¿qué quedará unido al cielo?

Sacerdote: eres tú el que continúa el camino de Jesús, el que cumple la voluntad de Dios impartiendo la misericordia de Dios a través de los sacramentos.

Sacerdote: si tú no bautizas ¿cómo llegará la misericordia de Dios a los hombres? Y, si la misericordia de Dios no es derramada a través de ti ¿cómo es que llegará la gracia de Dios a los hombres? Y si la gracia no llega, sacerdote, ¿quién se salvará?

En tus manos está el poder de hacer llegar la gracia y la misericordia de Dios a todos los rincones del mundo.

En tus manos está el poder de purificar las almas, para renovar los corazones de los hombres.

En tus manos, sacerdote, está el poder de cambiar al mundo, y de llevar a Cristo a todos los corazones.

Bautiza, sacerdote, a tu pueblo. Cumple la voluntad de tu Señor. Obedece y ejerce tu ministerio como Cristo te enseñó.

Devuélvele la pureza a esas creaturas inocentes que llevan la oscuridad en sus almas desde su nacimiento, porque están manchadas de un pecado que sus pequeñas manos no cometieron, pero un hombre y una mujer, por su desobediencia, trajeron el pecado al mundo; y a través de tus manos, sacerdote, le devuelves la pureza que, por la obediencia de un hombre y una mujer, regenera a las almas para salvarlas.

Tú eres, sacerdote, precursor de la salvación de cada alma que Dios envía al mundo, nacida de un vientre de mujer, que nace con mancha de pecado, porque ese vientre ha sido concebido desde un principio, manchado de pecado, porque vientre inmaculado y puro solo hay uno, y la pureza se ha engendrado y ha nacido de ese vientre sin mancha ni pecado, y por la obediencia de ese hombre y esa mujer has sido tú sacerdote bautizado con el Espíritu Santo, unido al Padre, por filiación divina, que te concede por heredad la vida.

Bautiza, sacerdote, porque tienes el poder en tus manos de hacer justicia.

No cometas, sacerdote, la injusticia de tu pereza, de tu tibieza y de tu resignación.

Sirve al pueblo de Dios, para que sea santo, llevándole la Buena Nueva de la salvación, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, para que sean todos hijos de Dios.