PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – EL PODER DE DIOS
«Jesucristo… ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén» (Apoc 1, 5-6).
Todo el poder de Dios se ha derramado al mundo a través de un hombre que también es Dios, que tiene la naturaleza humana y su fragilidad, y tiene la naturaleza de la divinidad.
Todo el poder de Dios ha sido puesto en las manos de los hombres, a través de un solo hombre y Dios, que es Cristo.
Poder para curar, para sanar, para expulsar demonios, y para dar vida a los muertos.
Poder para convencer mientras predica su Palabra.
Poder para atraer a los hombres más lejanos hasta Él.
Poder para llevar la paz a todos los rincones del mundo.
Poder para transformar corazones de piedra en corazones de carne.
Poder para soportar la infamia, la burla, la indiferencia, la difamación, la calumnia, la ignominia, la inmundicia, la ingratitud, la mentira, la persecución, el mal juicio, la traición, la flagelación, y hasta una tortura de crucifixión, en la que Él mismo entrega su vida, soportando el dolor, el sufrimiento hasta el extremo, dando su vida por amor, porque nadie se la quita, Él la da, por su propia voluntad.
Entrega total, entrega sincera, amor verdadero de aquel que nos amó primero y que amando hasta el extremo entregó su poder en manos de aquellos que tanto amó y que eran sus siervos.
Aquellos que, siendo Él el maestro, los hizo sus discípulos.
Aquellos que, siendo Él el pastor, los hizo sus corderos.
Aquellos que quiso hacerlos como Él y no los llamó siervos, los llamó amigos, los llamó sacerdotes de su Iglesia y pastores de su rebaño.
Y les da el poder de Dios en sus manos, para transformar el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre, pan bajado del cielo.
Poder para curar, para sanar, para expulsar demonios, para resucitar muertos, a través de los sacramentos.
Poder para convertir corazones y para perdonar los pecados.
Poder para predicar la Palabra de Dios, llevando la Buena Nueva al mundo entero.
Poder para construir en la tierra el Reino de los Cielos.
Poder para multiplicar los panes a través de la Eucaristía.
Poder para derramar la misericordia y la gracia de Dios a todos los corazones de los hombres.
Poder para enseñar como quien tiene autoridad y sabiduría, porque tiene al Espíritu Santo que lo guía.
Poder para escrutar los corazones, penetrando con la Palabra, como espada de dos filos, hasta lo más profundo de las almas, para discernir el bien y el mal, la verdad y la mentira, la pureza y las malas intenciones de los hombres, y poder dar buen consejo, para convertir los corazones de piedra en corazones de carne.
A ti sacerdote se te ha dado ese poder de Dios.
Poder para perdonar, poder para salvar, pero, sobre todo, poder para amar hasta el extremo, como te enseñó tu Maestro, haciéndote a los hombres como se hizo Él, llevando misericordia a las miserias de los hombres, para transformarlos, purificarlos, salvarlos y santificarlos.
Sacerdote: tú tienes el poder en tus manos, úsalo para hacer el bien, aprovéchalo para hacer mucho bien, agradécelo, porque es también para tu propio bien.
Pero ten cuidado, porque el poder mal utilizado, mal intencionado, mal aplicado y mal aprovechado puede ser tu propia condena.
Cuida, sacerdote, la gracia que Dios ha confiado en tus benditas manos, y entrégale a través de ese poder la gloria que, con tu trabajo, cumpliendo con tu ministerio, y siendo tú mismo el ejemplo, consigas para Él, a imagen y semejanza del Padre, que glorifica al Hijo, para que el Hijo glorifique, en ti, al Padre.
Sacerdote: tú tienes autoridad en el mundo, porque tienes el poder que no es del mundo, y hasta los demonios te obedecen. Usa tu poder para cambiar el mundo, para salvar el mundo.
Pero usa tu poder para salvarte a ti también.
Poder de discernir el mal y el bien, primero en ti.
Poder de predicar la Palabra de Dios y aplicarla primero en ti.
Poder de trasformar tu corazón de piedra en corazón de carne a través de tu fe, de tu obediencia y de tu amor.
Vive en el amor, sacerdote, y santifica tu vida, porque en tus manos tienes el poder de Dios.