16/09/2024

Mc 3, 7-12

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – AYUDAR A JESÚS

«¡Tú eres el Hijo de Dios!»

Eso dicen los demonios echados a los pies de Jesús. Y no solo lo dicen, lo gritan.

«Padre, no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado. Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno».

Eso dice Jesús, eso pide Jesús.

Por ti ruega Jesús, y por ti intercede ante Dios Padre, porque Él es el Cristo, el único mediador entre Dios y los hombres, y ruega al Padre, pero también ruega a sus amigos, para que lo ayuden, para que intercedan ante Él y los hombres, y les pide que le consigan una barca desde donde Él, siendo cabeza, pueda predicar, pueda darse, pueda reunir, pueda convencer atrayendo a todos los hombres hacia Él para llevarlos al Padre, porque nadie va al Padre si no es por el Hijo, pero nadie va al Hijo si el Padre no lo atrae hacia Él.

Sacerdote, tú eres intercesor entre el Hijo de Dios y los hombres, tú eres el medio que el Padre utiliza para atraer a los hombres al Hijo, y a través del Hijo, llevarlos a Él.

Sin sacerdote no hay salvación para los hombres del mundo, porque esa es la voluntad de Dios, porque la salvación es a través de Cristo, del Cristo, sacerdote, que tú representas, del Cristo, sacerdote, que vive en ti, del Cristo con el que te configuras en el altar y por el que tus manos ya no son tus manos, y tu voz ya no es tu voz, y tus actos no son tus actos.

Así como el pan que partes con tus manos ya no es pan, y el vino de tu copa ya no es vino, sino el Cuerpo y la Sangre de Cristo, así se hace el sacerdote a Cristo en el altar, para que, siendo una sola cosa, interceda por los hombres ante Dios, derramando a los hombres su misericordia.

Eres tú, sacerdote, el que atrae a los hombres a Cristo.

Eres tú, sacerdote, el que une a los hombres a Dios.

Eres tú, sacerdote, intercesor que obtiene para los hombres el perdón y la salvación del crucificado, el que te ha elegido y te ha configurado.

Eres tú, sacerdote, al que Dios ha dado el poder para que lo que ate en la tierra quede atado en el cielo y lo que desate en la tierra quede desatado en el cielo.

Eres tú, sacerdote, el que hace bajar el pan vivo del cielo.

Eres tú, sacerdote, el que continúa la misión de Cristo en el misterio de la salvación.

Intercede, sacerdote, por tu Amigo que te pide ayuda, que te da la gracia y te envía a llevar su Palabra a todos los rincones del mundo.

Vístete, sacerdote, dignamente, para cumplir con la responsabilidad que has aceptado cuando Él te ha dado la dignidad para interceder ante Él por la gente.

Adora, sacerdote, a tu Señor.

Ese es el mejor modo de intercesión, porque, cuando tú lo adoras, ruegas como Él, el Padre te mira, y eres agradable ante Él, adorando el Cuerpo y la Sangre de su Hijo amado, a quien tú escuchas y en quien Él se complace.

Sacerdote: pide la intercesión de la Madre de Dios y acércate a buscar su protección. Ella es la intercesora por excelencia ante el Señor, es ella quien te enseña a cumplir con tu misión, adorando, pidiendo, rogando, orando, uniendo tu sacrificio al único sacrificio agradable ante Dios Padre: el sacrificio de su Hijo en la cruz.

Consigue para Él la barca en la que reúnas a su pueblo santo, para que todos formen una sola y Santa Iglesia, a través de la que el Padre atraiga a los hombres a su Hijo, para que su Hijo los lleve hasta Él.

Ruega, sacerdote, al Padre, como ruega tu Señor.

Aprende, sacerdote, lo que te ha enseñado tu Maestro.

Vive, sacerdote, sumergido en el misterio de la salvación, uniendo tu cuerpo, tu sangre, tu voluntad, al único mediador entre Dios y los hombres, que es tu Señor, el Cristo, único redentor, y ayúdalo, sacerdote, a consumar la salvación de cada uno de los hombres con tu intercesión.