PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ESCUCHAR Y OBEDECER A DIOS
«Aquí estoy, Dios mío, he venido para hacer tu voluntad» (Heb 10, 7).
Eso le dice Jesús a su Padre, y eso espera Jesús que le digas tú, sacerdote.
Porque para eso has sido creado, para eso has sido llamado, para eso has sido elegido, para eso has dicho sí, has dejado todo y lo has seguido tomando tu cruz.
Y para eso has sido ordenado sacerdote, y has sido ungido y configurado con Cristo, para ser como Él, para caminar su camino, y por Él, con Él y en Él, cumplir la voluntad del Padre.
El que escucha la Palabra de Dios y la cumple, ese hace su voluntad, y ese es el hermano y la madre de Jesús, porque ese hace lo que Él le dice, y el que hace lo que Él dice ese es su familia, porque lo une a Él, en un mismo cuerpo y un mismo espíritu, en una sola voluntad en la que cree, en la que espera, en la que obra, en la que ama.
Y esa es la voluntad de Dios: que crean en su Hijo, porque es el único Hijo de Dios. Que hagan lo que Él les dice, para que sean salvados, poniendo su fe en obras, para ser santificados y glorificados en Él.
Sacerdote: tú eres el Cristo, el que hace la voluntad de su Padre. Compórtate como Él.
Sacerdote: tú eres el elegido para llevar a todas las almas a Él. Santifícalas en la verdad, pero santifícate tú primero, para que ellos sean santificados con tu ejemplo y caminen tu camino por su propia voluntad, para hacer la voluntad del Padre, y sean así reunidos en un solo rebaño con un solo Pastor, una sola familia, la gran familia de Dios, una sola y santa Iglesia Católica, un pueblo unido en un solo pueblo santo de Dios, porque esa es su voluntad.
Sacerdote: todos los días son días de entrega, de aceptar, de agradecer y de obrar.
Pero si no escuchas lo que tienes que hacer, si no escuchas la Palabra de Dios, ¿cómo vas a obedecer?
Si no ves sus obras hechas con tus propias manos, ¿cómo vas a agradecer?
Y si no agradeces, sacerdote, ¿cómo vas a santificarte y a darle gloria a Dios, santificando a los demás, si tú mismo no eres ejemplo de la verdad?
Sacerdote: tú eres el Cristo que camina en el mundo.
Tú eres las manos que bendicen y hacen sus obras.
Tú eres, sacerdote, las manos y los pies de Cristo, para llevar a sus hermanos su misericordia.
Sacerdote: tú eres responsable de las obras de los hombres, porque tú has sido elegido, preparado, enseñado, bendecido y ungido para llevar la enseñanza y la Palabra de Dios a todos los hombres, en todos los rincones del mundo, para que ellos lo conozcan, para que crean en Él, para que escuchen su Palabra y hagan lo que Él les dice.
Entonces cumplirán la voluntad del Padre y serán los hermanos, y serán la madre de Cristo.
Entonces serán familia con la que se consuma la gran obra del Creador a través de tus manos, porque tú eres el alfarero del Señor.
Sacerdote: tu ministerio es voluntad de Dios. No niegues la voz en tu interior, que nunca se calla.
¡Escúchala, sacerdote!, porque eso es un don, es un regalo que Él te ha dado, y te ha dado oídos para que oigas su voz.
No niegues la Palabra que está en tu boca y que te quema la garganta, porque es Palabra de Dios, y es la voz que escucharán aquellos a los que tú llamas para enseñarles a hacer su voluntad.
Sacerdote: tú eres la voz que clama en el desierto:
“¡Arrepiéntanse, porque está cerca el Reino de los Cielos!”.
“¡Arrepiéntanse y crean en el Evangelio, porque es Palabra de Dios!”.
“¡Arrepiéntanse, porque he venido a traerles la buena nueva del Señor!”.
“Escuchen su voz y hagan lo que Él les dice”.
Esa, sacerdote, es tu misión.
Predica con la Palabra de tu boca y predica con el ejemplo de tus obras.
Levanta, sacerdote, la cruz de tu Señor, y exáltala, para que todos los que hayan sido mordidos y envenenados por la serpiente sean curados.
Sacerdote: tú tienes ese poder. Esa es la misericordia que tienes en tus manos, derramada de la cruz.
Exalta la cruz de tu Señor diciendo como Él: “Aquí estoy, Dios mío, he venido para hacer tu voluntad”, y hazla con prontitud.
Sirve con amor, entrégate con la pasión de convertir almas para llevarle a Dios, porque esa es su voluntad: glorificar a Cristo en ti, sacerdote, para que tú glorifiques al Padre, y el mundo crea que Él lo ha enviado.