16/09/2024

Mc 7, 1-13

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – LAS INTENCIONES DEL CORAZÓN

«Lo que sale de la boca viene de dentro del corazón, y eso es lo que contamina al hombre» (Mt 15, 18).

Eso dicen las Escrituras.

Sacerdote, ¿qué es lo que sale de tu boca?

¿Qué es lo que sale de tu corazón?

Concientízate, sacerdote, ¿cuál es tu intención cuando hablas, cuando enseñas, cuando corriges, cuando te expresas ante los demás, cuando predicas y también cuando callas?

Ten cuidado, sacerdote, porque tu boca expone la pureza de tu alma, la dignidad de tu sacerdocio y el nombre de tu Señor.

Sacerdote, rectifica tu intención para que tu corazón no esté lejos de Dios.

Un solo espíritu, un solo corazón. Esa, sacerdote, es la configuración. Esa es la unidad de la que tú eres ejemplo.

Unidad con Cristo para ser por Él, con Él y en Él uno, como su Padre y Él son uno, porque a eso estás llamado, y es a eso a lo que tú debes llamar a los demás, a través de las palabras que salen de tu boca, y que, por la gracia y el poder de Dios, unes a su pueblo en un solo rebaño y con un solo Pastor.

Pero debes dar ejemplo para generar confianza, debes ser auténtico, y santificar tu alma, para que seas como Él. Entonces harás sus obras y aun mayores.

Pero de ti, sacerdote, se requiere la pureza de tu corazón y la congruencia de tus actos y de tus obras con las palabras que salen de tu boca.

De ti, sacerdote, se requiere que cumplas los mandamientos de tu Señor, escuchando su Palabra y poniéndola en obras que expresan tu voluntad, para hacer la voluntad de Dios.

Purifica, sacerdote, las intenciones de tu corazón purificando tus manos, tus pensamientos vanos e impertinentes que limitan la gracia del Espíritu Santo, que es quien te purifica, quien te fortalece, quien te guía, quien te ilumina para hacer el bien, para discernir y corregir lo malo que pueda haber en ti.

Tú eres un hombre, sacerdote, y te ha sido dada la gracia para ser como Cristo, para vivir como Cristo, para obrar como Cristo, para configurar tu alma y tu corazón en un mismo espíritu, para ser, para obrar, para actuar en la persona misma de Cristo.

Eso eres, sacerdote, para el mundo: el mismo Cristo que pasa y que transforma el mundo salvando almas.

Pero si tú, sacerdote, te comportas como hombre y te olvidas de ser Cristo, entonces te vuelves insípido, pierdes tu esencia y no sirves para nada, porque tú naciste, fuiste llamado y fuiste ordenado para servir a Dios como Cristo.

Pregúntale a tu corazón, sacerdote, cuál es tu intención en cada acto, en cada obra, en cada palabra. Sé honesto contigo mismo y responde abriendo tu corazón.

¿Tus intenciones son las mismas intenciones de Dios?

¿Estás viviendo en la verdad?

¿Qué comportamiento debes, sacerdote, cambiar?

¿Qué palabras debe tu boca escupir y nunca más maldecir?

Purifica, sacerdote, tu imagen, corrige todo lo que aleja a tu corazón de tu Señor y de la comodidad de seguir las tradiciones de los hombres antes que la ley de Dios.

Sacerdote: eres hábil, eres astuto, eres capaz.

Utiliza esos atributos para hacer el bien y evitar el mal.

Muchos dones te han sido dados para cumplir con tu misión, y de cada uno se te pedirán cuentas cuando estés frente a frente con tu Señor.

Concientízate, sacerdote, y revisa lo que sale de tu boca, y medita qué es lo que hay en tu corazón y no esperes a que te digan “hipócrita”.

Haz lo que debes, cuida lo que haces y demuestra al mundo quién eres: un hombre de fe, configurado con Cristo, expresando su amor y su fe en palabras y en obras, enseñando y cumpliendo los mandamientos, amando a Dios por sobre todas las cosas y llevando a las almas a Dios por amor.

Que sea esa, sacerdote, la intención de tu corazón.