PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – PUREZA DEL CORAZÓN
«Un corazón contrito y humillado, Dios, no lo desprecias» (Salmo 51 (50), 19).
Eso dicen las Escrituras.
Sacerdote: el Señor no quiere tus sacrificios. Un holocausto Él no lo acepta. El Señor quiere tu corazón arrepentido, humillado, convertido, para ser purificado, para que sea un corazón digno de un sacerdote configurado con Cristo.
Ese, sacerdote, es el único sacrificio agradable a Dios, unido al único sacrificio redentor, que es la cruz de tu Señor.
Sacerdote: revisa la pureza de tu corazón, porque lo impuro es lo que te mancha, lo que viene de adentro, la intención de tus actos; porque a ti mismo, sacerdote, no te puedes engañar.
Revisa, sacerdote, tus sentimientos y descubre si en ti reina la verdad, o eres preso de la mentira, que te encadena a la suciedad, a la escoria, a los desechos que causan tus malas obras.
Sacerdote: revisa si en tu corazón hay lugar para la impiedad, y limpia, sacerdote, toda impureza, para que puedas presentarte limpio y puro ante el Rey de reyes y Señor de señores; o arrepentido y humillado, suplicando su perdón, porque un corazón manchado, no puede ser unido a la pureza, porque la pureza no puede ser manchada ni contener impureza. Lo puro se une a la pureza para ser una sola cosa y llevar la luz de la verdad al mundo manchado de pecado, para transformarlo y purificarlo.
Sacerdote: tu corazón es el reflejo de tu comportamiento, de tus intenciones, de tus pensamientos. Escucha la Palabra de tu Señor, que deja al descubierto las intenciones de tu corazón, para que seas consciente del estado de tu alma, para que te arrepientas y endereces el camino, abriendo tu corazón a la gracia y a la misericordia de tu Señor, que está a la puerta y llama.
Escucha, sacerdote, su voz, porque de lo que está afuera no puede contaminarse tu corazón.
Es de lo que tienes adentro de lo que se contamina tu cuerpo, tu mente, tu alma, y te lleva a la perdición, a las tinieblas y a la muerte.
Abre, sacerdote, la puerta y deja entrar a tu Señor. Le basta tu corazón contrito y humillado para transformarlo y hacerte suyo, hacerte parte, para que vivas en Él como Él vive en ti. Para que permanezcas en Él como Él permanece en ti. Para que vuelvas a su amistad, porque Él es fiel y espera tu fidelidad.
Sacerdote: revisa tu conciencia y sé justo contigo mismo, y date cuenta si vives en la indiferencia y en la tibieza, porque a los tibios tu Señor los vomita de su boca. Un corazón manchado es un corazón indiferente que no es frío ni es caliente, pero que sabe lo que hace y no se arrepiente.
Sacerdote: tu corazón está configurado al Corazón de Cristo. Pide la luz al Espíritu Santo, examínate y date cuenta del estado en el que estás configurado. ¿Estás unido en la pureza al Sagrado Corazón de tu Señor?, ¿o estás crucificando su Corazón con tu pecado?
Sé honesto, sacerdote, y confiesa tu injusticia porque tú has sido creado, llamado, elegido, para vivir en la pureza uniendo tu corazón al Corazón de aquel que es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Él es la pureza. Él es el amor. Él es la verdad. Él es la vida. Él es la luz del mundo, el camino y tu Pastor. Él es tu Maestro, el que te guía, el que te enseña. Él es tu hermano. Él es tu amigo, y no merece, sacerdote, tu pecado, no merece tu impureza, no merece tu indiferencia. Merece la justicia de tu corazón contrito y humillado, que Él no desprecia, lo hace suyo, lo transforma, lo purifica y lo hace uno con Él.
Sacerdote: no tengas miedo a lo que está fuera de ti. Antes bien, teme al que está en ti.
Reconoce, sacerdote, a tu Señor, entregándole tu voluntad, para que Él te limpie, te purifique y te guarde.
Protege, sacerdote, tu corazón, recibiendo la gracia en la oración, en la Confesión, y adorando la Sagrada Eucaristía en el sagrario, en el altar y en tu Comunión.
Participa, sacerdote, del sacerdocio de Cristo con la sabiduría de Dios y no con la de los hombres, con un corazón sincero, con pureza de intención, obrando la fe que te conduce al cielo.
¿De qué te sirve, sacerdote, ganar el mundo entero, si te pierdes a ti mismo?
Acude a Jesús, bondadoso Pelícano, para que te limpie con su sangre y te libre de toda impureza y de toda mancha, de tu inmundicia y de tu enfermedad.
Arrepiéntete, sacerdote, y humíllate. Tu Señor es bueno, es misericordioso y no te despreciará.
Ve y haz tú lo mismo.