PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – CUMPLIR CON LA MISIÓN
«Yo soy el pan vivo bajado del cielo, si uno come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo le voy a dar es mi carne por la vida del mundo» (Jn 6, 51).
Eso dice Jesús.
Sacerdote: tu misión es dar vida; por eso te llaman Padre.
Tu misión es reunir al pueblo de Dios en un solo rebaño; por eso te llaman Pastor.
Tu misión es celebrar el memorial de la pasión, muerte y resurrección de tu Señor; por eso te llaman Sacerdote.
Tu misión es predicar la Palabra para enseñar y regir al pueblo de Dios; por eso te llaman Profeta.
Tu misión es llevar la Palabra de Dios y sus sacramentos a todos los rincones del mundo; por eso te llaman Misionero.
Tu misión es salvar al mundo entero; por eso te llaman Cristo.
Eres tú, sacerdote, corredentor de la redención de tu Señor.
Eres tú, sacerdote, el que Él ha llamado, y ha elegido, para consumar su obra en cada alma.
Eres tú, sacerdote, hacedor de milagros, porque tu Señor ha puesto su poder en tus manos y en tu boca.
Úsalo bien, sacerdote, y cumple con tu misión, administrando con sabiduría su misericordia.
Alimenta al pueblo de Dios, sacerdote. Solo se necesita un pan y tu voluntad para alimentar al mundo entero.
Pero, recuerda, sacerdote, que no solo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios.
Predica, sacerdote, la Palabra de tu Señor, para que ese pueblo que tú alimentas con su Carne y con su Sangre, crea que Él es el Hijo de Dios, para que tenga vida eterna.
Enseña al pueblo, sacerdote, para que aprenda que no todo el que diga: “Señor, Señor”, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad del Padre que está en el cielo.
Corrige, sacerdote, a tu pueblo, a través del sacramento de la Confesión, perdonando sus pecados y dándole su consejo.
Él es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, y a los que ama los corrige.
Él es verdadero alimento y verdadera bebida.
Y tú, sacerdote, ¿crees esto?
¿Reconoces, sacerdote, a tu Señor en la Eucaristía?
Aliméntate tú primero, sacerdote, sacia tu hambre y sacia tu sed, escuchando su Palabra y haciendo lo que Él te diga.
Escucha, sacerdote. El Señor te dice: el que venga a mí no tendrá hambre, y el que crea en mí no tendrá sed. Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él tenga vida eterna, y que yo lo resucite en el último día. Pero ¿para qué tienen ustedes ojos, si no ven, y oídos si no oyen?