PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ENTREGAR LA VIDA
«Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Yo soy el que es, el que era y el que ha de venir» (Apoc 1, 8).
Eso dice Jesús.
¿Y tú, sacerdote, quién dices que es Él?
¿Reconoces, sacerdote, a tu Señor? ¿Conoces su voz? ¿Lo sigues?
¿Reconoces, sacerdote, a aquel que te llamó y que te eligió?
Él es el Mesías. Él es tu Señor, el Buen Pastor, tu Maestro, tu Guía, tu Redentor, tu Salvador.
¿Reconoces, sacerdote, que Él es el Cristo y que Él es el Hijo de Dios?
¿Lo conoces?
No eres tú quien lo ha elegido a Él, Él es quien te ha elegido a ti, porque Él te amó primero.
Desde antes de nacer Él ya te conocía.
Desde antes de nacer ya te tenía consagrado.
Profeta de las naciones te constituyó.
Él te conoce, sacerdote, y por eso te llamó, por eso te eligió, para que, renunciando a ti mismo, tomaras tu cruz y lo siguieras.
Él sabe bien quién eres tú.
Y tú, sacerdote, ¿lo conoces?
¿Conoces bien a tu Señor? ¿Lo amas?
Es imposible conocer a tu Señor y no amarlo.
Tratándolo de amistad, es así como conoces a tu Señor.
Trátalo, sacerdote, para que lo conozcas y lo ames, y enséñale al mundo quién es Él, para que el mundo también lo ame.
Enséñales, sacerdote, a amar la cruz, porque a través de la cruz es como tratas a tu Señor de amistad y de amor.
Es en la cruz en donde Él padeció y murió, sufriendo el rechazo de los hombres y el destierro del mundo, destruyendo el pecado y la muerte para salvarlos, para darles vida, perdonando los pecados, venciendo a la muerte, haciendo nuevas todas las cosas, resucitando de entre los muertos para darle al mundo la vida eterna, por Él, con Él, y en Él.
Y tú, sacerdote, ¿crees esto?
Él te ha llamado, te ha elegido, y te ha llamado amigo, para que compartas todo con Él: su pasión, su vida, su muerte, su redención y también la gloria de su Resurrección.
Comparte, sacerdote, todo con Él, teniendo sus mismos sentimientos, entregando tu voluntad a la voluntad del Padre, para que seas configurado con el Hijo, para que lo conozcas y lo ames, porque solo por amor se puede dar la vida.
No tengas miedo, ama la cruz.
Abraza, sacerdote, a Jesús. Compadece su sufrimiento y llénate de su alegría.
Disponte a recibir los dones que Él ha destinado para ti.
No des cabida a la soberbia en tu vida, porque la soberbia no es de Dios, es del padre de la mentira, del que te traiciona y te hace caer –para que seas infiel–, y destruye tu vida. Porque de ti depende, sacerdote, la vida del mundo.
No permitas, sacerdote, que fracase en ti el plan que tu Padre Dios tiene para ti.
Permítele al Espíritu Santo actuar en ti.
Descubre, sacerdote, qué tanto conoces a tu Señor.
Descubre qué tanto correspondes a su amor.
Descubre, sacerdote, qué tan dispuesto estás a servirlo como corredentor.
El Espíritu Santo se le ha dado a los que aman a su Señor.
Descubre, sacerdote, quién vive en tu interior.
Rechaza toda provocación y todo momento de tentación.
Acércate a la Madre de la gracia, es tu protección.
Humilla, sacerdote, tu corazón, y pide perdón, reconociendo que todavía no conoces bien a tu Señor.
Reconoce, sacerdote, tu debilidad, tu fragilidad y tu pequeñez.
Reconoce que no has correspondido bien al amor que te ha dado tu Señor.
Él te ha dado su vida por su propia voluntad. Nadie se la quitó, Él te la dio.
Y tú, sacerdote, ¿qué le has dado a tu Señor?
Él espera que le des tu amistad, que le des tu confianza y que le des tu humildad.
Él espera que le des tu incapacidad, tu vaso de barro, tu debilidad y tu pecado para que Él te pueda transformar, porque Él te conoce.
Él te ama y Él quiere tu vida.
Es necesario, sacerdote, que tú le entregues tu vida por tu propia voluntad.
Nadie te la quita, tú la das cuando conoces a tu Señor y lo amas, porque el sacerdote, configurado con su Señor, entrega su vida a su vocación, y su vocación es al amor.
¿Quieres conocer a tu Señor, sacerdote? Rema mar adentro. Te está esperando. Ve a su encuentro.