16/09/2024

Mc 9, 2-13

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ESCUCHAR AL HIJO AMADO

«Este es mi Hijo amado, escúchenlo».

Eso dice la voz del Padre que está en el cielo.

Sacerdote: obedece a tu Dios y escucha a tu Señor, porque es el Hijo de Dios, su amado, en quien Él se complace.

Escucha, sacerdote, su voz, y haz lo que Él te diga.

Es así como cumples la voluntad de aquel que te creó y que ha enviado a su único Hijo para revelarte su gloria, para redimirte, para salvarte, para darte su heredad por filiación divina, y hacerte suyo dándote vida eterna en Cristo, para que tú, sacerdote, hagas lo mismo a través de los sacramentos y de la Palabra que es el mismo Cristo crucificado, resucitado y vivo.

Es así como tu Señor se te ha revelado.

Pídele, sacerdote, que transfigure tu corazón, así como Él fue transfigurado para mostrarse tal cual es, y puedas tú también ver tu corazón tal cual es –corazón humano, configurado con el corazón divino de tu Señor–, para hacer sus obras y aun mayores, porque todo, sacerdote, lo que su Padre le ha dicho, Él a ti te lo ha hecho saber, para que, cumpliendo su Palabra, glorifiques al Hijo, y el Hijo glorifique al Padre.

Obedece, sacerdote, y escucha a tu Señor.

Al Señor se le escucha a través de la Palabra y a través de la oración.

Sube, sacerdote, al Monte Tabor, pero no te duermas. Antes bien, abre tus ojos para que veas lo que hay en tu interior y descubras en ti a tu Señor.

Cristo vive en ti, sacerdote. Reconoce su presencia poniendo atención cuando estés bien dispuesto en la oración, y escucha, sacerdote, su voz, callando la tuya, poniendo todos tus sentidos atentos a la manifestación de la luz que ilumina tu mente, tu conciencia, tu inteligencia y tu corazón a través del Espíritu Santo, para que recibas la sabiduría que necesitas para discernir entre el bien y el mal, y la fortaleza que necesita tu voluntad para hacer el bien y rechazar el mal.

Abre tus ojos, sacerdote, y contempla la verdad de tu Señor.

Mira en su Cuerpo y su Sangre su humanidad, y contempla su divinidad.

Siente su presencia y une tu alma a la suya.

Sacerdote: dobla tus rodillas y adora a tu Señor.

Él está presente en la Eucaristía.

¡Cristo ha resucitado y está vivo!

Tómalo, sacerdote, entre tus manos, y muéstralo al mundo, elevando a tu Señor transfigurado, para que el mundo lo vea, para que escuchen la voz del Padre mostrándote a ti con Él y diciéndoles: “éste es mi Hijo amado, escúchenlo”.

Y alza, sacerdote, tu voz, para que se cumpla la voluntad del Padre glorificado en el Hijo a través de ti, sacerdote.