PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ENSEÑAR A ADORAR A DIOS
«Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios».
Eso dijo Jesús.
Se lo dijo a los que lo perseguían, y los dejó admirados.
Esas son palabras sabias y verdaderas. Son palabras que salen de la boca, pero provienen del corazón del que ha sido puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de contradicción.
Y te lo dice a ti, sacerdote, para que no te equivoques.
Tu Señor te dice: amigo mío, ¿por qué me persigues?
Abre los ojos, sacerdote, tu Señor te ha elegido para hacer su voluntad.
El Espíritu Santo te enseñará y te recordará todas las cosas, sacerdote. Acude a Él, invócalo, invítalo, recíbelo, y permítele obrar en ti, abriendo y disponiendo tu corazón con docilidad a sus inspiraciones, a sus locuciones, a sus luces, y a sus dones, para un buen discernimiento a la Divina voluntad, y en plena conciencia puedas actuar, haciendo el bien con total libertad, sabiendo que la obediencia radica en acatar esa Divina voluntad, porque hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.
Persevera, sacerdote, porque a ti te ha sido dada la verdad, para que enseñes al pueblo de Dios, para que transmitas tu fe, tu confianza y tu amor a tu Señor, que te ha hecho pastor para que ellos te sigan.
Tu Señor te ha enviado como testigo.
Glorifica a tu Señor, sacerdote, adorando su Cuerpo y su Sangre, su Alma y su Divinidad, en su presencia viva, que es Eucaristía.
Enseña al pueblo de Dios a adorar a su Señor, que es el único Dios verdadero, y que renuncien a la idolatría y a las falsas predicaciones, que son palabrería, reconociendo a Jesucristo como su único Dueño, Amo y Señor.
Dale al César lo que es del César, y dale a Dios lo que es de Dios, sacerdote, porque nadie puede servir a dos señores, porque odiará a uno, y amará al otro, se entregará a uno y despreciará al otro, porque no pueden servir a Dios y al dinero.
Escucha, sacerdote, la voz de tu Señor, y acata su Palabra. Eso es lo que tu Señor te manda.
Busca primero el Reino de Dios y su justicia, sacerdote, y no te preocupes de nada, porque todo lo demás se te dará por añadidura.
Y tú, sacerdote, ¿eres un hombre justo?
¿Obras con la justicia de Dios, o juzgas como los hombres?
Justo es dar a los hombres lo que les corresponde, obrando siempre con rectitud de intención, con el único propósito de que todos los hombres alcancen la salvación, y dar así a Dios lo que le corresponde.
Tú eres sacerdote para regir, para enseñar y para santificar al pueblo de Dios.
Enséñalos a adorar a su Señor.
Guíalos, configurado con Jesús Buen Pastor.
Santifícalos, administrando los sacramentos.
Enséñalos a hacer oración para descubrir la voluntad de Dios, para cada uno, en cada momento y circunstancia de su vida.
Predica la Palabra de tu Señor, y ponla en práctica, aplicándola en tu vida, para que des testimonio de Él.
Enséñales el camino más fácil para llegar a tu Señor, a través de la compañía de su Madre, para que busquen a Cristo, encuentren a Cristo, amen a Cristo.