16/09/2024

Mc 13, 33-37

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – LA MISIÓN DEL SACERDOTE

«Velen y estén preparados, porque no saben cuándo llegará el momento» (Mc 13, 33).

Eso dice Jesús.

Y te lo dice a ti, sacerdote, y también te dice que tienes una gran responsabilidad.

Tú has sido llamado y elegido, y has sido enviado con una misión compartida con tu Señor: preparar a los hombres para cuando Él venga; para que tengan fe, y ese día sea de alegría y de paz, y no un día terrible.

Tu Señor te asegura que su misericordia estará presente en ese día, porque Él es la misericordia misma que quiere derramar a los hombres a través de tu ministerio sacerdotal. Es así, a través de ti, como se hace presente, resucitado y vivo, para ser Él mismo quien prepara a los hombres.

Tu Señor anuncia que va a venir por segunda vez, ya no para hacer un sacrificio, sino para recoger sus frutos. Y es a través de ti, sacerdote, que Él prepara a los hombres, ofreciendo su único y eterno sacrificio, como ofrenda agradable al Padre.

Tú eres, sacerdote, un don, un regalo, para que el hombre pueda llegar a Dios.

Y tú, sacerdote, ¿te das cuenta de la grandeza de tu misión?

¿Reconoces que tú eres Cristo vivo y resucitado, pero también signo de contradicción?

Que el rechazo, la persecución, el desprecio y la soledad no te hagan perder de vista esa gran responsabilidad, porque la indiferencia del mundo ante la grandeza de Dios destruye al sacerdote, y si el sacerdote no se alimenta de la Palabra, no la vive, y así el mismo sacerdote es el que permite esa indiferencia.

¿Eres consciente de para qué fuiste llamado?, ¿cuándo fuiste llamado?, ¿cómo fuiste llamado?

Reflexiona, sacerdote, y dale sentido a tu vida. Date cuenta de que eres responsable de los actos de las almas que se te han encomendado, y de que tienes el poder y las armas para dirigir esos actos hacia Dios. Esa es tu misión, sacerdote.

Pídele a tu Señor, que te ayude a predicar su Palabra, y que puedas cumplirla también, que la pongas por obra, para ser ejemplo, para no ser causa de tu propia destrucción.

Que tengas verdaderamente fe, esperanza y amor; que contagies, sostengas, guíes, convenzas y enseñes a su pueblo.

Que seas consciente de que tienes en ti mismo la capacidad para hacer llegar a todos los hombres las catorce obras de misericordia, pero no te das cuenta. Y esa es tu misión: llevar a todos los rincones del mundo la misericordia de tu Señor derramada en la cruz.

Que tengas fe suficiente para expulsar a todos los demonios y para construir el Reino de los Cielos en la tierra, porque esa es tu misión.

Haz oración, sacerdote, y medita todas estas cosas en tu corazón, porque cuando entiendas bien cuál es tu misión, le darás una gran satisfacción a tu Señor, porque amarás la cruz y lo dejarás todo cada día, para seguirlo, porque esa es tu misión.

Acude al auxilio de tu Madre, sacerdote, y pídele que te ayude a creer, para poder cumplir con tu misión, construyendo y preparando el Reino de los Cielos, para que, cuando su Hijo venga, no encuentre su morada como en su nacimiento, en un pesebre pobre y escondido, sino un Reino rico en fe, en esperanza y en amor, esperando al Rey que vendrá con toda su majestad y esplendor.