PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – EL PODER DE DECIR ‘SÍ QUIERO’
«¡Sí quiero: sana!» (Mc 1, 41)
Eso dijo Jesús.
Y ese es el poder de Dios que es Omnipotente, Omnipresente y Omnisciente.
Y con ese poder, siendo Dios, se hizo hombre, para morir por ti crucificado, y perdonar tus pecados, porque era necesario para darte vida. Y Él dijo: sí quiero.
Y tú, sacerdote, ¿crees en el poder de tu Señor, y que una sola Palabra suya basta para sanarte?
¿Confías en Él?
¿Le pides que te sane?
¿Pides con fe?
¿Qué tan grande es tu fe?
¿Crees que una sola gota de su preciosa sangre habría bastado para perdonar todos los pecados del mundo?
Pero los hombres le dieron su cruz, y Él dijo: sí quiero, y derramó hasta la última gota de su sangre por ti, sacerdote, para entregarse totalmente a ti, dándose completamente, todo, en cuerpo y en alma, para salvarte.
Tu Señor obró milagros, y derramó su misericordia sobre el mundo entero, solo porque dijo: sí quiero.
Tu Señor eligió a los que quiso y los llamó sus apóstoles, y ellos dijeron: sí quiero, y dejándolo todo, lo siguieron.
Y partió el pan, y compartió el vino con ellos, y les dio el poder de bajar el pan vivo del cielo, transformando el vino en la Sangre, y el pan en el Cuerpo de Dios vivo, solo porque dicen: sí quiero.
Tu Señor te ha llamado y te ha elegido, solo porque Él ha querido.
Él dijo: sígueme, y tú has dejado todo para seguirlo. Y Él te ha ordenado sacerdote, y te ha dado su poder, solo porque tú dijiste: sí quiero.
Tu Señor te ha enviado al mundo a continuar su misión, predicando su Palabra, y bautizando en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y te ha dado el poder para administrar su misericordia, haciendo milagros, expulsando demonios, curando enfermos, perdonando los pecados, llevando su luz y su paz al mundo entero.
Y tú, sacerdote, ¿haces todo esto?
¿Sigues a tu Señor, y le dices: sí quiero?
¿Crees en el poder que Él te ha dado para hacer sus obras y aun mayores?
¿Cumples con tu misión, aceptando su voluntad y asumiendo tu responsabilidad con visión sobrenatural, con los pies en la tierra y el corazón en el cielo?, ¿o le dices a tu Señor: no quiero?
Reconócete pecador, sacerdote, examina tu conciencia, y, sostenido por tu fe, acude a Él, con el corazón contrito y humillado, que Él no desprecia. Pide perdón en su presencia, regresa a su amistad, dile: Señor, sí quiero, y Él te dará su cielo.
Cree, sacerdote, que, aunque no seas digno de que tu Señor entre en tu casa, si acudes a Él con verdadera fe, Él se admirará, y te dirá como al ladrón arrepentido: yo te aseguro que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso.