16/09/2024

Mc 2, 13-17

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – SALVAR A LOS PECADORES

«Yo no he venido para llamar a los justos, sino a los pecadores».

Eso dice Jesús.

La misión de Jesús es salvar a los hombres y ¿cómo cumpliría su misión si no es buscando a los que necesitan ser salvados?

¿Y quiénes son los justos que están libres de pecado?

«El que esté libre de pecado que arroje la primera piedra».

Y el que diga que no comete pecado, ya lo comete, porque ese es un mentiroso.

La misión de Jesús es salvar a los pecadores.

Y tú, sacerdote, compartes esa misión. Por tanto, tu misión no es buscar a justos, sino a pecadores.

Y eso es buscar y encontrar a todos los hombres, porque solo Dios es Justo, solo Dios es Santo.

La misión de Jesús es salvar a los pecadores.

También a ti, sacerdote.

Y tú misión es seguirlo, porque el único que salva es Cristo.

Eres tú, sacerdote, un pecador como todos, pero a diferencia de todos, eres un seguidor de Cristo que participa con Él en el misterio de la salvación.

Eres tú, sacerdote, quien busca con Cristo al pecador, para llevarle la Palabra de Dios, para alimentarlo y fortalecerlo, para que se arrepienta y pida perdón, y entonces sea convertido por el sacramento de la reconciliación, en el que tú buscas, tú encuentras, pero es Cristo quien perdona, quien redime, quien absuelve y quien salva.

Déjate encontrar, sacerdote.

Escucha su voz y síguelo.

Y si en el camino te pierdes, si tropiezas y te caes, levántate arrepentido, pide perdón y síguelo, porque es a ti, pecador, a quien busca, a quien Él llama, porque a eso ha venido.

Y tú, que eres testigo del perdón de Dios, porque en tu carne has vivido el pecado y has recibido la gracia de ser perdonado, lleva a otros su perdón.

Participa, sacerdote, en el misterio de la salvación, porque es para eso que has sido llamado, es para eso que has sido encontrado, es para eso que tú has seguido el llamado de tu Señor, porque esa, sacerdote, es tu misión.

Acércate al sacramento de la confesión, y consigue para ti la reconciliación con el amigo fiel que nunca te abandona, y síguelo, para que consigas por ese mismo sacramento, la reconciliación de los pecadores del mundo con tu Maestro, que es el único mediador entre Dios y los hombres, el único redentor que reconcilia a la criatura con su creador.

Sirve, sacerdote, a tu Señor, y cumple esa misión, porque eso es seguirlo, teniendo sus mismos sentimientos y haciendo sus obras.

El que quiera ser encontrado por su Señor, que se humille a sí mismo y se reconozca pecador, porque es a los pecadores a quienes Él busca para encontrarlos, para perdonarlos, para salvarlos constantemente.

Sacerdote, déjate encontrar, para que seas ejemplo para los que tú has sido enviado a buscar.

Vive, sacerdote, la Palabra de tu Señor, que es Palabra viva, que es como espada de dos filos que penetra hasta lo más profundo de tu alma y transforma tu corazón.

La Palabra es tu Señor, y es por medio de la Palabra que tu Señor sale a tu encuentro.

Predica, sacerdote, con la Palabra y con el ejemplo, para que conviertas los corazones de piedra de los hombres, en corazones de carne, para que se arrepientan y se dejen encontrar.

Y entonces búscalos –porque a ellos son a los que Jesús ha venido a buscar–, encuéntralos y sálvalos.

Eres tú, sacerdote, quien tiene el poder de continuar la misión a la que Jesús vino y para la que Él mismo te llamó, así como tú eres: indigno, frágil, infiel, miserable, pecador. Así, Él te encontró y te dijo: “sígueme”, porque esa es tu misión.