16/09/2024

Mc 2, 23-3, 6

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – RECIBIR LA MISERICORDIA Y HACER EL BIEN

«Extiende tu mano».

Eso manda Jesús.

Te lo manda a ti, sacerdote, enfrente de los que lo persiguen, de los que lo juzgan, de los que lo calumnian, de los que lo injurian, de los que no creen en Él, y no cumplen su ley. Y te pone a ti, en medio de ellos, para demostrarles que Él es el Rey.

Tu Señor te ha elegido a ti, sacerdote, con todas tus limitaciones, con todos tus defectos, con todas tus miserias, con todos tus errores. Y te ha bendecido con su misericordia, porque tú lo has escuchado, has obedecido y has acudido a su llamado.

Tu Señor te ha curado de la enfermedad del pecado, y te ha liberado del mundo. Él ruega al Padre por ti, no para que te saque del mundo, porque tú, sacerdote, no eres del mundo, sino para que te libre del mal, porque has sido enviado a ser como Él, a ser ejemplo, y a hacer las obras que hace Él en medio del mundo.

Tu Señor te ha mandado que extiendas tu mano, para que recibas su misericordia, y te envía a hacer el bien con todo lo que Él te ha dado.

Procura, sacerdote, siempre el bien entre todos, animándose unos a otros, sosteniendo a los débiles, y siendo paciente con todos, permaneciendo en la alegría de tu Señor y en la oración, con las manos extendidas para que recibas los tesoros de su corazón, que son la ciencia y la sabiduría de Dios.

Tu Señor te quiere dar, sacerdote, en todo momento, en todo lugar, porque quiere enseñarte que siempre es tiempo de misericordia, porque siempre es tiempo de amar.

Y tú, sacerdote, ¿obedeces a Dios, o a los hombres?

¿Administras bien la misericordia de tu Señor, sabiendo que es infinita, o la guardas y la limitas?

¿Permites a tu Señor hacer el bien, a través de ti, en cualquier momento, o niegas su favor a su pueblo porque no tienes tiempo?

¿Aceptas a tu Señor como tu amo y tu maestro, y cumples sus mandamientos?

Escucha la voz de tu Señor, sacerdote. Atiende su Palabra y actúa con prontitud, obedeciendo lo que te manda, con una buena actitud, apacentando a su rebaño, obrando con rectitud, amando a Dios por sobre todas las cosas, y también a tus hermanos, cumpliendo la ley, y dándole plenitud.

Persevera, sacerdote, en el cumplimiento de tu misión, en medio de la calma o de la tribulación.

Tú eres sacerdote para siempre. Por tanto, ama siempre, perdona siempre, haz el bien siempre, persevera en la fe y ponla en obras siempre, enseña, rige, y santifica al pueblo de Dios siempre, y que sea tu vida un ejemplo para ellos, configurado con Cristo Buen Pastor siempre.

No tengas miedo, sacerdote, a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teme más bien al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en el infierno.

Ten el valor, sacerdote, de declarar a tu Señor ante los hombres, y no lo niegues; antes bien, extiende tu mano y da testimonio de Él, llevando la misericordia de tu Señor a todos tus hermanos.

Es tiempo de amar, sacerdote, es tiempo de dar, es tiempo de reparar el daño causado por el pecado al Corazón Sagrado, que tantas gracias te ha dado. Es tiempo de paz, es tiempo de hacer el bien, es tiempo de arrepentimiento, es tiempo de misericordia.