PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – MISERICORDIA QUE SALVA
«Aprendan lo que quiere decir misericordia quiero y no sacrificios» (Mt 9, 13).
Eso dice Jesús.
Eso enseña Jesús con el ejemplo, transformando el único y eterno sacrificio agradable al Padre, en misericordia, cuando derrama su sangre preciosa en la cruz, para que, por su sacrificio, en el que su cuerpo inmolado en una cruz se entrega a los hombres derramando su sangre hasta la última gota, llegue a todos los hombres su misericordia.
Misericordia que salva, que redime, que paga la deuda de los hombres, que los libera, que los rescata, que les da vida, que los lleva a la verdad en medio de un mundo de mentira, en medio de un mundo de esclavitud, en medio de un mundo de muerte.
Misericordia que Dios ha enviado al mundo, haciéndose en todo igual a los hombres menos en el pecado, a través de su Hijo, para cubrir las miserias de los hombres, a través de un único y eterno sacrificio que se renueva constantemente en cada misa, en cada consagración, uniendo el cielo con la tierra, aunque los hombres no lo merezcan, porque su misericordia es más grande que su justicia.
Sacerdote, tú has sido convertido en misericordia de Dios para los hombres.
Eres tú el cuerpo inmolado de Cristo y la sangre preciosa derramada de la cruz, para llegar a todos los rincones del mundo y llevar a todos los hombres a Dios.
Eres tú, sacerdote, administrador de la gracia, para que llegue a todas las almas.
Entrégate tú, sacerdote, porque es así, que el sacrificio de Cristo se manifiesta en misericordia para cada uno de los hombres.
Tú eres alimento y bebida de salvación, cuando consagras el pan y el vino, y te unes en el sacrificio del Hijo de Dios, siendo el mismo Cristo en el altar, en ese vino y en ese pan, que ya no es vino y ya no es pan, es el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y contigo son una sola cosa. Se llama Eucaristía, sacrificio santo que alimenta, que sacia la sed porque es misericordia, que viste de fiesta, que sana, que libera, que transforma.
Un nuevo mandamiento ha enseñado tu Señor: que se amen los unos a los otros, como él los amó.
Esa es la misericordia de Dios.
Ese es su cuerpo inmolado en la cruz y su preciosa sangre derramada que santifica y que salva, y que lleva al cielo a todos los que lo aman.
Un solo sacrificio es agradable a los ojos de Dios: el sacrificio del amor, que es el mismo Cristo entregando la vida por sus amigos, porque nadie tiene un amor tan grande como el que da la vida por sus amigos.
Sacerdote, tú eres ese amigo.
Es por ti que dio su vida, y es a través de ti que su vida da vida.
Eres tú el amigo al que nunca abandona, al que hace llegar primero su misericordia.
Eres tú el amigo al que llama, al que elige, para unirse en esta ofrenda al Padre, porque ya todo lo hizo Él, y ya todo por su parte está consumado.
Cada hombre debe consumar lo que, en su libertad, la misericordia de Dios le ha dejado como legado: su propia salvación, que se consuma cuando cada hombre dice sí, cuando acepta unirse en ese mismo sacrificio a través de ti, para transformarse en misericordia, por Cristo, con Cristo y en Cristo, poniendo su fe en obras.
El que quiera ser como su maestro, que lo siga, pero que no se olvide que el discípulo no está por encima de su maestro.
Que se una en el mismo sacrificio, y que se entregue a los hombres en misericordia, amándose los unos a los otros como Él los amó, dando su vida por amor hasta el extremo, para llevar a todos los hombres a Dios.
Sacerdote: tú eres misericordia de Dios, derramada a través de tus manos en cada sacramento, y de tu boca, en cada Palabra.
Este es el sacrificio que te pide tu Señor: que reúnas a su rebaño, a través de su misericordia en un solo rebaño y con un solo Pastor, para hacer a todos los hombres, por su misericordia, hijos de Dios.