PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – BUENA TIERRA, FRUTO ABUNDANTE
Eso dice Jesús.
Y te lo dice a ti, sacerdote, porque tú eres su tierra buena, la que Él ha elegido para sembrar su semilla, para que dé buen fruto, y ese fruto permanezca.
La semilla es la Palabra de tu Señor, y ha sido sembrada en tu corazón, y te ha sido dado el don para que la entiendas, para que la practiques, para que la vivas, para que la prediques.
Tu Señor te habla claro, sacerdote, y te muestra la verdad, porque tú tienes ojos que ven y oídos que oyen, porque en ti ha encontrado un hombre según su corazón, para que custodie y proteja la semilla, para que siembre con Él, y recoja con Él, porque el que no está con Él está contra Él, y el que no recoge, desparrama.
Tu Señor te llama, sacerdote, y te hace sembrador. Te da la tierra buena, y te da la semilla, y la gracia para preparar y sembrar la tierra. Pero es Él quien hace llover y empapa la tierra, la fecunda y la hace germinar, para que brote la vida. Por tanto, aunque tú, sacerdote, tengas la semilla, nada puedes tú sin la acción del Espíritu Santo.
Permanece en la docilidad y en la disposición a la escucha de la Palabra de tu Señor, para que su Santo Espíritu obre en ti, y produzca en ti el fruto, primero el treinta, luego el sesenta, y luego el ciento por uno.
Frutos de tu trabajo que te santifique, para que seas santo y vivas en la plenitud del amor, uniendo tus frutos en una sola ofrenda agradable a Dios, en el Cuerpo y la Sangre de tu Señor, elevado entre tus manos sobre el altar, cada día, en la sagrada Eucaristía.
Tú eres tierra buena, sacerdote, y en tu tierra ha sido sembrada la semilla sagrada que ha crecido como árbol bueno, que supera en altura a todos los árboles del campo, y sus ramas se multiplican, para que en ellas aniden los pájaros del cielo, para que bajo su sombra se reúnan las naciones, porque por tus frutos te conocerán.
Pero ¡ay de aquel que se engría de su altura, de su hermosura o de su grandeza! Dios te libre de gloriarte, si no es en la cruz de tu Señor Jesucristo, por quien el mundo es un crucificado para ti, y tú eres un crucificado para el mundo.
Y tú, sacerdote, ¿has dado buen fruto?
¿Cuánto fruto has entregado a tu Señor?
¿Qué tan grande es tu ofrenda?
¿Te esfuerzas por mantener tu tierra buena y lista para la siembra?
¿Recibes la semilla?
¿Pides a tu Señor que haga llover en ti?
¿Recibes el agua viva de su manantial constantemente, dejando que empape la tierra?
Y tú, sembrador, ¿siembras tu semilla en tierra buena? ¿La preparas? ¿La fecundas, o solo la esparces sobre el camino, sin importar que se la coman los pájaros, o que caiga en terreno pedregoso, o entre los espinos?
Recibe la semilla de tu Señor, permítele que sea Él quien la siembre en tu corazón, y luego síguelo, aprendiendo de Él a sembrar, a dar vida con Él, y a hacer crecer.
No permitas que lo sembrado te sea arrebatado por las tentaciones, por las preocupaciones y las seducciones del mundo, por la tribulación, por la persecución, por los peligros.
Pídele a tu Señor el don de saber escuchar, de poder entender, para que su Palabra penetre hasta lo más profundo de tu corazón, perseverando en tu misión, alcanzando a las almas, con tus frutos, la salvación.