PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – SER TIERRA BUENA
«Conviértanse, porque el Reino de los Cielos ha llegado».
Eso dice Jesús.
Sacerdote: tú eres el que construye el Reino de los Cielos en la tierra.
El Reino de los Cielos ha llegado a través de ti, sacerdote, y ya está aquí, para que todo el que crea que Jesús es el Hijo de Dios, que el Padre ha enviado, se salve.
Sacerdote: tú construyes el Reino de los Cielos en la tierra, y tú eres parte.
El Reino de los Cielos se construye con fe, y poniendo esa fe en obras, sembrando la semilla que es la Palabra de Dios, y que germina con su gracia en los corazones de aquellos que lo escuchan y que cumplen su Palabra.
Sacerdote: tú eres el sembrador, configurado con Cristo.
Tú eres quien siembra la semilla por Cristo, con Él y en Él. Y una vez sembrada, Dios mismo se encarga de hacer llover. Y tú, sacerdote, sin darte cuenta, haces crecer la semilla cuando preparas la tierra antes de plantar la semilla.
Sacerdote: tú eres sembrador y labrador de la tierra. Pero tú, sacerdote, también eres tierra.
En ti también debe ser sembrada la semilla por el único sembrador, que es Cristo.
Permite sacerdote, que tu tierra sea preparada, labrada, abonada, sembrada y regada, para que sea semilla en tierra fértil, de la que brote vida y crezcan tallos verdes, que se conviertan en arbustos fuertes, que tengan ramas en las que los pájaros puedan anidar.
Eres tú, sacerdote, fuente de vida, semilla sembrada en tierra preparada, para dar buen fruto.
Sacerdote: el buen fruto viene de la buena semilla, pero también de la buena siembra, en tierra bien preparada y bien dispuesta.
Pide, sacerdote a tu Señor, que, como buen sembrador, prepare tu tierra y plante la semilla con su propia mano, y que haga llover.
Entonces conseguirás para Él el Reino de los Cielos, construido en la tierra, y tú serás parte de él.
Conversión, sacerdote, conversión.
Pide a tu Señor que renueve tu tierra, y recibe el agua de la vida, como la tierra reseca recibe las gotas de lluvia, para que crezcas en estatura, en sabiduría y en gracia, ante Dios y ante los hombres.
Sacerdote: la semilla debe ser sembrada en ti, todos los días de tu vida, porque la semilla es la Palabra de Dios.
Pero si tú, sacerdote, no estás dispuesto a ser tierra buena y a recibir la semilla, ¿cómo crecerá la planta?, y ¿cómo dará fruto?
Dispón tu corazón, sacerdote, a recibir la Palabra de Dios, para alimentarte, para llenarte de su sabiduría y de su amor.
Fortalece y abona tu tierra con una vida de virtud, obrando con piedad y con misericordia, para que, cuando llegue a ti, la semilla sea bien recibida y, sin que te des cuenta, crezca y dé fruto, que a su vez produzca una buena semilla, con la que tú, convertido en sembrador, construyas el Reino de los Cielos, con la gracia de Dios.
Entonces vivirás con alegría, cumpliendo la voluntad de Dios, y prepararás el camino del Señor enderezando sus sendas, porque el Reino de los Cielos ya está aquí, está a la puerta y llama.
Si tú escuchas su voz y le abres la puerta, Él entrará y cenará contigo y tú con Él.
Sacerdote: prepara tu tierra, endereza el camino, conviértete y ábrele la puerta a tu Señor, recibiendo su Palabra, como espada de dos filos, que abre tu corazón y escruta hasta lo más íntimo de tus entrañas, para que obedezcas y hagas lo que Él te dice, para que Él mismo te prepare, porque el tiempo de la cosecha está cerca.
El que tenga oídos que oiga.
Persevera, sacerdote, en la fe, y cumple la voluntad de Dios, ejerciendo un ministerio santo para la gloria de Dios.
Entonces, sacerdote, alcanzarás las promesas de tu Señor.
Pide la gracia, sacerdote, de ser buen sembrador, para que tu semilla sea bien recibida y coseches frutos buenos y abundantes para el Reino de Dios.