PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ACEPTAR LAS PROPIAS MISERIAS
«Mi paz les dejo, mi paz les doy. No como la da el mundo. No se turbe su corazón ni se acobarde» (Juan 14, 27).
Eso dice Jesús
Sacerdote: la paz es fruto de la misericordia de tu Señor.
Abre tu corazón y recibe su misericordia, para que encuentres la paz interior que lleva la luz a tu alma, para que tengas calma, para que tengas serenidad y confianza, en la seguridad de que aquel que te ha llamado y te ha elegido, y que te ha enviado, nunca te abandona.
Sacerdote: reconoce las miserias de tu corazón.
Reconoce la debilidad y la fragilidad de tu carne.
Reconoce la duda que te acecha y que te abruma.
Reconoce el rencor que guarda tu corazón ante la injusticia, la infamia, la inmundicia; ante la calumnia, el rechazo, la persecución; ante el desprecio, la burla, la difamación; y reconoce en ese rencor tu desgracia y tu miseria, porque es eso lo que turba tu corazón y lo que te vuelve cobarde cuando intentas cumplir tu misión, y te lleva a la soberbia, pretendiendo hacer todo con tus propias fuerzas.
Reconoce sacerdote al enemigo: está vivo y está a tu alrededor, rondando como león rugiente, buscando a quien devorar.
Sacerdote: reconoce en tu debilidad, con toda humildad, que el enemigo ha vencido alguna de tus batallas. Date cuenta de que es el príncipe de este mundo, y muchos le obedecen, se vuelven contra ti, y tú eres presa fácil cuando pretendes conquistar el mundo tú solo.
Sacerdote: no estás solo. Tú tienes un amigo fiel. Él es infinitamente bueno y misericordioso, y es todopoderoso. Date cuenta, nadie es más poderoso que Él: Él ha vencido al mundo.
Es a Él, sacerdote, a quien tú representas.
Es a Él, sacerdote, a quien tú debes tu vida.
Es a Él, sacerdote, a quien prestas tus manos, a quien prestas tus pies y a quien prestas tu voz, para llevar su misericordia a todos los hombres del mundo.
Sacerdote: tu Señor te manda, tu Señor te envía, pero tu Señor está contigo todos los días de tu vida.
Misericordia quiere y no sacrificio.
Es a eso que te envía: a llevar su misericordia a través de su Palabra y de tus obras, demostrando su poder a través de tus manos y de tu voz, cuando, pronunciando su Palabra, transforma un trozo de pan y un poco de vino en su Carne y en su Sangre, a través de su único y eterno sacrificio, al que tú, sacerdote, estás unido. Y es por ti que se une el trabajo y el esfuerzo de los hombres contigo, en una misma ofrenda, para unirla a ese pan y a ese vino que, por transubstanciación, se convierten en la misericordia misma.
Sacerdote: tú has sido llamado, elegido, conformado, para transmitir la misericordia de Dios, a través de tus obras, a todos los hombres. Pero sacerdote, nadie puede dar lo que no tiene. Recibe sacerdote la misericordia de tu Señor, porque a ti te ha llamado primero, porque Él te ha amado primero.
Acepta la miseria de tu corazón y la necesidad que tienes de la misericordia de tu Señor, y renueva tu alma, recibe y haz tuya cada una de sus palabras, y ponlas por obra, porque esa es su misericordia y será cumplida hasta la última letra.
Sacerdote: en tus manos tienes el poder de expulsar a los demonios del mundo, pero tu cobardía te impide cumplir con tu deber.
Pide sacerdote a tu Señor el valor de salir al mundo para enfrentar las miserias de los hombres, perdidos en medio del mundo, de los que se han caído y han sido presa fácil, de los que los leones se han comido, y restablece el orden.
No es el demonio el que tiene el poder, ni el dueño de las almas a las que aprisiona; es tu Dios, que ha enviado a su único Hijo a salvarlos, y es el Hijo que, por su propia voluntad, ha entregado su vida para liberarlos y ha vencido al mundo, pero respeta la voluntad de cada uno y conoce sus miserias y su debilidad.
Por eso te envía sacerdote, y te llena primero a ti de su misericordia, y te pide compartir, sacerdote, esa misericordia con los débiles, con los frágiles, con los miserables, con los que no saben lo que hacen, porque es ahí en donde el enemigo encuentra su presa fácil.
Protégete, sacerdote, con la compañía que te ha dado tu Señor, a la que nadie puede hacerle daño, a la que los demonios le temen, porque pisa la cabeza de la serpiente, mientras ella intenta morder su talón.
Sacerdote: ella es el fruto del amor, ella es la que tiene en sus manos el fruto de la misericordia, porque ella es la Reina de la paz, la Reina de cielos y tierra, la Madre de tu Señor; y es a través de ella que recibes la fortaleza y el valor para enfrentar al enemigo, y tienes en ella la garantía de la victoria.
Confía, sacerdote, en quien Dios confía, y acepta su compañía, para que recibas la misericordia que cubre tu miseria, y lleves la misericordia y la paz a todos los rincones del mundo, y puedas decirle al mundo: “el Señor ha tenido misericordia conmigo y me manda compartir esa misericordia contigo”, porque eso es a lo que has sido enviado, eso es lo que te manda tu Señor, y es para eso que Él no te llama siervo, te llama amigo, porque no te manda solo, Él siempre está contigo.