PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – CORREGIR POR AMOR
«Yo a los que amo los reprendo y los corrijo» (Apoc 3, 19).
Eso dice Jesús.
Eso te dice tu Señor, porque te ama, sacerdote.
Porque te ha dado oídos para que escuches su voz, y Él está a la puerta y llama.
Ábrele la puerta y déjalo entrar, para que cene contigo y tú con Él, porque el Señor te conoce, te corrige y te aconseja, mientras te sienta con Él a su mesa.
Sacerdote: Él comparte contigo el sufrimiento de tus errores, y te busca y te corrige como un padre hace a un hijo, porque te ama.
Arrepiéntete, acércate a su Palabra, para que lo escuches, porque Él te llama.
Sacerdote: no tengas miedo de abrirle las puertas a Cristo, porque tu vergüenza y tu indignidad son la llave que cierra tus puertas y bloquea tu entrega a su amistad, que se manifiesta en tu infidelidad.
Sacerdote: el Señor tu Dios está a la puerta y llama. Él siempre te espera.
No esperes tú, sacerdote, a recibir la reprensión en el último día de tu vida, cuando Él te pida cuentas y tú solo le entregues deudas. No seas injusto, sacerdote, Él ya pagó por ti con su vida. Corresponde tú cuando Él te reprima y te corrija. Endereza los caminos del Señor.
Sacerdote: Jesús te pide que ames a Dios por sobre todas las cosas, y que ames a los tuyos como Él los amó. Y Él a los que ama los reprende y los corrige. Esa, sacerdote, también es tu misión, aunque seas repudiado, burlado, desterrado, perseguido, injuriado, calumniado, juzgado, escupido, abofeteado, apedreado, maltratado o maldecido, porque nadie es profeta en su propia tierra.
Sacerdote: alégrate cuando te sucedan esas cosas por dejarlo todo y cargar tu cruz, siguiendo a Jesús, porque nadie es profeta en su tierra. Aun así, sacerdote, endereza los caminos del Señor y haz el bien, pero predica sacerdote con el ejemplo y déjate corregir por tu Señor.
Corresponde con tu obediencia, arrepintiéndote y pidiendo perdón, agradeciendo el amor que te demuestra tu Señor, y no desprecies, sacerdote, ninguna de sus palabras; escúchalas y ponlas en práctica, no sea que un día Él venga y te diga “amigo mío, yo vivía en tu casa pero me desterraste, me repudiaste, me apedreaste, me abofeteaste, me escupiste, me maltrataste y me crucificaste, porque tú eras mío, pero nadie es profeta en su propia tierra”.
Sacerdote: no hagas con tu Dios lo que otros hacen contigo; antes bien, haz con ellos el bien que tu Dios hace contigo, porque no te llama siervo, te llama amigo. Pero eres su siervo, para eso has sido elegido: para servir a tu Señor, para ir cuando Él te mande, y llevar su Palabra a través de tu voz, y llevar su misericordia a través de tus obras, porque Él ha dicho que tú, sacerdote, harás sus obras y aun mayores, y Él obra milagros, y Él expulsa demonios, y Él multiplica el pan para alimentar a su pueblo, pero depende de la voluntad de los hombres que quieran recibir su misericordia.
Esa también es tu misión, sacerdote: abrir los corazones de los hombres, para que acepten el amor de su Señor.
Corrige a tu pueblo, sacerdote, y cambia sus corazones de piedra por corazones de carne, para que se humillen y pidan perdón, porque para todos ellos ha sido crucificado y muerto tu Señor, que ha conseguido para su pueblo la salvación.
No te quedes sentado, no te resignes, no desperdicies el talento y el don.
Recibe la gracia y la misericordia a través de la corrección, con la humildad de pedir perdón y seguir los pasos de tu Maestro, corrigiendo a los tuyos y concediéndoles su perdón.
Sacerdote: a ti te llaman Padre. Ten valor y sigue los pasos de tu Maestro, y corrige, sacerdote, a tus hijos, y confírmalos en la fe. Entonces verán milagros aun en su propia casa.
Ama sacerdote a tu tierra, a los de tu casa y a tu rebaño.