PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – SABER CORRESPONDER
«Effetá!»
Eso dice Jesús.
Y Él abre tus ojos y tus oídos, sacerdote, para que veas el camino, para que escuches su voz, para que dejes todo, tomes tu cruz y lo sigas, para que escuches su Palabra y hagas lo que Él te diga.
Effetá, sacerdote.
El Señor abre tu boca para que proclames la buena nueva, para que lleves el Evangelio a todos los rincones de la tierra.
Effetá, sacerdote.
Y abre tu corazón, para que recibas las gracias y la misericordia de Dios, para que pongas tu fe por obra, entregando al mundo la misericordia que te ha sido dada, para administrarla con justicia, con caridad, con sabiduría y con humildad.
Effetá, sacerdote.
Y abre tu alma y déjate llenar del amor de Dios, hasta desbordarla.
Acepta, sacerdote, la gracia.
Acepta, sacerdote, la misericordia.
Acepta, sacerdote, el amor, y ábrete a recibir la gracia, la misericordia y el amor, porque al que pide se le da, el que busca encuentra y al que llama se le abre.
Pero ¿de qué te sirve pedir, si no sabes recibir?
Y ¿de qué te sirve encontrar, si no sabes conservar lo que encontraste?
Y ¿de qué te sirve que te abran la puerta, si no quieres entrar?
Recibe, sacerdote, la gracia que tu Señor te quiere dar, para que puedas cumplir su voluntad; pero acepta, sacerdote, la responsabilidad de recibir, porque de todo eso tu Señor te pedirá cuentas.
Al que mucho se le da, mucho se le pedirá, y al que mucho se le confía se le pedirá más.
Sacerdote: haz conciencia y busca en tu memoria y en tu corazón cuánto te ha dado tu Señor y cuánto te ha confiado.
¿Tienes tus ojos y tus oídos abiertos, o permanecen cerrados?
¿De qué habla tu boca?
¿Qué hay en tu corazón?
¿Qué tan grande es tu fe?
¿Tus obras manifiestan tu fe, o estás ciego?
¿Estás sordo?
¿Eres mudo?
¿Es de piedra tu corazón?
Entonces reconoce, sacerdote, que necesitas conversión, y pide con insistencia la gracia a tu Señor.
Pídele que toque tus oídos y que toque tu lengua.
Pídele que toque tu corazón.
Pídele que te dé disposición para recibir, para conservar, y para hacer crecer los dones y las gracias que te hacen falta, y que necesitas para reconocer el bien y el mal, para hacer el bien y rechazar el mal.
Effetá, sacerdote. No tengas miedo y acepta los dones de tu Señor.
Ábrete y permite que el Espíritu Santo actúe en ti y a través de tus obras, de tus palabras y de tu misericordia, para que abras los oídos y la boca de las almas que tu Señor te ha confiado, derramando sobre ellos la gracia que te ha entregado, para que, cuando venga tu Señor, le entregues buenas cuentas.
Mira que está a la puerta y llama, y si tienes tus oídos abiertos escucharás su voz. Entonces le abrirás la puerta para que cene contigo y tú con Él.
Pero, sacerdote, si tus oídos están cerrados, ¿cómo escucharás su voz?
Y si tu corazón es de piedra, ¿cómo le abrirás la puerta?
Y si tu boca está cerrada, ¿cómo cenarás con Él?
Ábrete, sacerdote, a la gracia, para que prepares los caminos del Señor, manteniendo tu alma en gracia, cumpliendo con tu deber, realizando en la virtud tu ministerio, fortaleciendo tu fe con obras de misericordia, porque tu Señor vendrá con su justicia y nadie sabe ni el día ni la hora, pero Él ha dicho que los misericordiosos son dichosos porque recibirán misericordia.
Prepara, sacerdote, al pueblo del Señor, llevando hasta ellos su gracia y su misericordia, para que cuando Él vuelva, encuentre la fe sobre la tierra.
Effetá, sacerdote: escucha y proclama la Palabra del Señor, que es como espada de dos filos, y penetra hasta lo más profundo del corazón, y abre los oídos y los labios del pueblo de Dios, para que escuchen su voz y canten contigo alabanzas al Señor.