PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – PODER VER A JESÚS
«Yo soy la luz que ha venido al mundo, para que todo el que cree en mí no permanezca en tinieblas» (Jn 12, 46).
Eso dice Jesús.
Y tú, sacerdote, ¿ves la luz?
¿Tus ojos pueden ver con claridad?
Tú, sacerdote, ¿puedes ver a Jesús?
Porque todo el que lo vea a Él ve al que lo ha enviado.
Mírate tú, sacerdote, y haz conciencia de lo que ves.
¿Ves a aquel que vive en ti, o las tinieblas de tu interior solo te permiten verte a ti mismo?
Sacerdote: ya no eres tú, sino es Cristo quien vive en ti.
Pero, si tus ojos están ciegos, entonces no puedes verlo.
Pídele a tu Señor que te quite los velos para que puedas verlo.
Pídele a tu Señor que imponga sus manos sobre ti, como aquel día en el que renunciaste a ti, para tomar tu cruz y seguirlo.
Date cuenta, sacerdote, que Él, que es la luz, un día brilló en ti y te hizo brillar para el mundo; pero tu soberbia ha disipado la luz, y vives, no en la luz, sino en las tinieblas.
Sacerdote: tú eres la luz del mundo, porque su luz aún brilla en ti.
Pero ¿cómo van a seguirte los que viven en la oscuridad si tú no les muestras la luz?
¿Y cómo vas a caminar, si tú mismo no logras ver el camino?
Dispón tu corazón, y pídele a tu Señor que cure tu ceguera completamente.
Pídele que se muestre ante ti con claridad, para que tu miseria no se equivoque, para que lo veas con tal seguridad, que sea Él al único que veas, al único que sigas, al único que ames, al único que adores, al único que sirvas, porque nadie puede servir a dos amos.
“¡Que vea, Señor, que vea!” Pídelo, sacerdote, con insistencia.
Que brille su luz en ti, para que tú lleves la luz a todos los rincones de la tierra.
¡Que veas, sacerdote, a Jesús! En el pobre, en el desamparado, en el necesitado, en el que está lejos, pero también en el que tienes cerca, y en el rico, porque es más difícil para un rico entrar en el Reino de los Cielos, porque ellos están ciegos.
La belleza y las pasiones del mundo causan esa ceguera. La concupiscencia de la carne apaga la luz y te sumerge en las tinieblas del pecado, que no te deja ver a tu Señor, aunque lo tengas enfrente, y aunque viva en ti.
No apagues la luz, sacerdote. Arrodíllate, humíllate ante Él en el confesionario, y pide perdón, porque Él te está esperando para disipar tus tinieblas, para mostrarse ante ti, para que lo veas, para hacerte brillar, para que veas con claridad las tinieblas de los demás, y les muestres a Jesús, imponiendo tus manos sobre sus miserias, perdonando sus pecados, devolviendo la salud a los ojos que han sido cegados.
Que seas tú, sacerdote, el Cristo que ellos vean, para que cuando te vean a ti, vean a aquel que te ha enviado.