16/09/2024

Mc 8, 34-9, 1

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – CONFESAR A CRISTO

«Todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Pero a quien me niegue ante los hombres lo negaré ante mi Padre que está en los cielos» (Mt 10, 32-33).

Eso dice Jesús.

Sacerdote: y tú, ¿te declaras por tu Señor ante los hombres, o lo niegas?

Tú sacerdote, ¿das testimonio de Él poniendo tu fe por obra, demostrando que eres un hombre sagrado, un hombre de Dios, un hombre entregado al servicio de tu Señor, con la frente en alto?

¿O te avergüenzas de haber sido llamado y elegido para ser crucificado y humillado ante los hombres en la cruz de tu Señor, cuando lo dejaste todo para seguirlo?

Sacerdote: tu Señor es el Cristo, el Hijo de Dios, en el que Él se complace.

Y tú, sacerdote, ¿manifiestas al mundo esa verdad con alegría?, ¿o escondes esa verdad, avergonzado, disfrazándola de mentira?

Sacerdote: ¿tienes el valor de mostrarle al mundo tu sotana, que te identifica con la cruz de aquel que se despojó de sí mismo, para adquirir la naturaleza humana y dar la vida por ti?, ¿o la guardas para perderte entre la gente y no mostrarle al mundo quién realmente eres?

¿Caminas, sacerdote, en medio del mundo cargando tu cruz para que vean a Jesús?, ¿o la escondes, para que la gente sea a ti a quien vea?

¿Muestras, sacerdote, al Cristo que llevas dentro, y que representas a través de tus obras?, ¿o escondes al Cristo y dejas ver solo al hombre?

¿Entregas tu vida, sacerdote, para recuperarla en Cristo?, ¿o pretendes salvar tu vida negando a Cristo?

¿Te niegas, sacerdote, a ti mismo y reconoces en ti a Cristo?, ¿o eres preso de tu soberbia y traicionas a tu Señor?

¿Te avergüenzas de creer en la Eucaristía y elevas a tu Señor entre tus manos sintiendo vergüenza?, ¿o profesas tu fe y exaltas su Cuerpo y su Sangre, que amando hasta el extremo se ha entregado en tus manos, permitiendo que bajes el Pan vivo del cielo?

¿Adoras, sacerdote, el Cuerpo y la Sangre de tu Señor, proclamando su Palabra, profesando tu fe, y enseñando con convicción y con tu ejemplo los mandamientos de la ley de tu Dios?, ¿o reniegas, sacerdote, de aquel que te creó, que su vida por ti entregó, y que te dio la vida en su Resurrección?

¿Participas, sacerdote, de la misión de tu Señor como corredentor?, ¿o te has cansado y estás sentado y resignado permitiendo que la tibieza se apodere de tu corazón?

¿Arde, sacerdote, el fuego del amor en tu interior, y tienes los mismos sentimientos que tu Señor?, ¿o sientes el frío de tu corazón de piedra?

¿Tienes, sacerdote, el valor de ser misionero y predicar el Evangelio al mundo entero?

¿Permaneces, sacerdote, en la fidelidad de aquel que siendo tu amo no te ha llamado siervo, te ha llamado amigo?, ¿o te has alejado de su amistad?

¿Procuras, sacerdote, tratar a tu Señor en la oración?, ¿o te avergüenzas de demostrarle tu amor?

Reconoce, sacerdote, a tu Señor y muéstralo al mundo a través de la mortificación de tus sentidos, de tu cuerpo y de tus pasiones, mostrando al mundo con orgullo la cruz de tu vocación con tu castidad, con tu pobreza y con tu obediencia, dando ejemplo de la satisfacción y la alegría de servir a tu Señor, entregando tu vida, poniéndola al servicio de los demás, haciéndote último ante los hombres, doblando la rodilla al pronunciar el nombre de tu Señor con verdadera reverencia, exultando que Él es el Hijo de Dios, demostrándole al mundo el gozo de tu alma sacerdotal, que sabe que no has sido tú quien lo eligió, sino que fue Él quien te eligió a ti, porque Él te amó primero.

Vive, sacerdote, la Palabra de tu Señor, poniéndola en práctica, renovando tu alma, enderezando tu camino, humillando tu corazón, pidiendo perdón, salvándote a ti primero, recibiendo la misericordia de tu Señor y entregándola para salvar al mundo entero.

Nunca niegues, sacerdote, a aquel que padeció y murió por ti en la cruz para salvar tu vida. Antes bien, niégate a ti mismo, toma tu cruz y sigue a Jesús, muriendo con Él al mundo, para ganar para Él el mundo, viviendo en la alegría de su Resurrección.

Ten el valor de subir al monte y extender los brazos hacia el cielo, para que todo el mundo te vea. Y grita con todas tus fuerzas: “¡Cristo está vivo!”, para que todo el mundo crea.