PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ESCUCHAR AL HIJO AMADO
«Este es mi Hijo amado, escúchenlo».
Eso dice la voz del Padre que está en el cielo.
Sacerdote: obedece a tu Dios y escucha a tu Señor, porque es el Hijo de Dios, su amado, en quien Él se complace.
Escucha, sacerdote, su voz, y haz lo que Él te diga.
Es así como cumples la voluntad de aquel que te creó y que ha enviado a su único Hijo para revelarte su gloria, para redimirte, para salvarte, para darte su heredad por filiación divina, y hacerte suyo dándote vida eterna en Cristo, para que tú, sacerdote, hagas lo mismo a través de los sacramentos y de la Palabra que es el mismo Cristo crucificado, resucitado y vivo.
Es así como tu Señor se te ha revelado.
Pídele, sacerdote, que transfigure tu corazón, así como Él fue transfigurado para mostrarse tal cual es, y puedas tú también ver tu corazón tal cual es –corazón humano, configurado con el corazón divino de tu Señor–, para hacer sus obras y aun mayores, porque todo, sacerdote, lo que su Padre le ha dicho, Él a ti te lo ha hecho saber, para que, cumpliendo su Palabra, glorifiques al Hijo, y el Hijo glorifique al Padre.
Obedece, sacerdote, y escucha a tu Señor.
Al Señor se le escucha a través de la Palabra y a través de la oración.
Sube, sacerdote, al Monte Tabor, pero no te duermas. Antes bien, abre tus ojos para que veas lo que hay en tu interior y descubras en ti a tu Señor.
Cristo vive en ti, sacerdote. Reconoce su presencia poniendo atención cuando estés bien dispuesto en la oración, y escucha, sacerdote, su voz, callando la tuya, poniendo todos tus sentidos atentos a la manifestación de la luz que ilumina tu mente, tu conciencia, tu inteligencia y tu corazón a través del Espíritu Santo, para que recibas la sabiduría que necesitas para discernir entre el bien y el mal, y la fortaleza que necesita tu voluntad para hacer el bien y rechazar el mal.
Abre tus ojos, sacerdote, y contempla la verdad de tu Señor.
Mira en su Cuerpo y su Sangre su humanidad, y contempla su divinidad.
Siente su presencia y une tu alma a la suya.
Sacerdote: dobla tus rodillas y adora a tu Señor.
Él está presente en la Eucaristía.
¡Cristo ha resucitado y está vivo!
Tómalo, sacerdote, entre tus manos, y muéstralo al mundo, elevando a tu Señor transfigurado, para que el mundo lo vea, para que escuchen la voz del Padre mostrándote a ti con Él y diciéndoles: “éste es mi Hijo amado, escúchenlo”.
Y alza, sacerdote, tu voz, para que se cumpla la voluntad del Padre glorificado en el Hijo a través de ti, sacerdote.
PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ORACIÓN, EXPIACIÓN Y ACCIÓN
«Este es mi Hijo muy amado en quien tengo puestas mis complacencias. Escúchenlo» (Mt 17, 5).
Eso dice el Padre de Jesús, que es también tu Padre, sacerdote.
Te lo dice a ti, y se lo dice al mundo. Se refiere a Cristo, y se refiere a ti, porque tú lo representas.
Escucha, sacerdote, la voz de tu Señor que se revela a través de la Palabra, que es su Hijo amado, al que Él ha enviado, el Verbo encarnado.
Escucha, sacerdote, a tu Señor y complácelo, haciendo lo que Él te dice, amándolo por sobre todas las cosas, y amando a los demás como Él los ha amado. Tanto, que todo les ha dado, hasta la vida de su único Hijo, para salvarlos.
Tu Señor habla fuerte y claro, sacerdote, pero, para escucharlo, debes subir al monte alto de la oración, para que, asistido por el Espíritu Santo, descubras, con gemidos inenarrables, lo que le dice a tu corazón.
Y tú, sacerdote, ¿acudes cada día al encuentro de tu Señor a través de la oración?
¿Te das el tiempo?
¿Cuál es tu prioridad: las cosas importantes, o la única cosa que es necesaria?
¿Complaces a tu Señor?
¿Entiendes su Palabra y la pones en práctica? ¿La predicas?
¿Tienes el valor de aceptar y hacer todo lo que te dice tu Señor?, ¿o tienes miedo de poner atención, porque no te acomoda lo que te dice?
¿Reconoces a Cristo como el Hijo de Dios, como el Mesías, que ha sido enviado al mundo, como el Salvador?
¿Reconoces a ese Cristo en ti, sacerdote?
Tú tienes una gran responsabilidad, sacerdote, porque a ti te ha sido revelada la verdad, no para que la guardes y te quedes sentado, ensimismado en tu comodidad, sino para que la lleves al mundo a través de la luz de la Palabra y del ejemplo, de tu fe puesta en obras.
Levántate, sacerdote, y lleva la Palabra que tú escuchas a la acción, para que enriquezcas al mundo con el tesoro que llevas en tu corazón como vasija de barro. Pero primero haz oración, en segundo lugar haz expiación, y muy en tercer lugar acción, porque de nada te sirve actuar si no has purificado tu alma después de orar, y de nada te sirve expiar tu alma si no has permitido que sea tocada con la Palabra.
Escucha, sacerdote, la Palabra de tu Señor, y hazte Palabra con Él, permaneciendo en la fidelidad a su amistad, permaneciendo en su amor, configurado con Cristo Buen Pastor, para que sean uno como el Padre y Él son uno.
Tú eres, sacerdote, la Palabra de tu Señor, cuando la escuchas, cuando la haces tuya poniéndola en práctica, y llevando la esencia del Verbo al mundo entero para que lo escuchen y, haciendo sus obras, el Padre se complazca en cada uno de los hijos de su pueblo.
Tú eres Cristo vivo, sacerdote, que se transfigura en el altar, y se muestra tal cual es: verdadero hombre y verdadero Dios, crucificado, muerto, resucitado, y expuesto para ser admirado, escuchado, alabado y adorado, en presencia viva, en Cuerpo, en Alma, en Sangre y en Divinidad, en Eucaristía.