PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ALMA DE NIÑO
«Jesús crecía en estatura, en sabiduría y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2, 52).
Eso dicen las Escrituras.
Y tú, sacerdote, ¿cómo has crecido?
Has crecido en estatura, en sabiduría y en gracia, pero ¿has conservado el alma de niño?
¿O has crecido en orgullo, en soberbia, en poder, en riqueza, en egoísmo, en vanidad, en ambición, en ignorancia, en indiferencia, en mundanidad, en tibieza?
¿O has mantenido tu alma de niño, que es el alma configurada con Cristo?
Analiza tu conciencia, sacerdote, y revisa el estado de tu alma.
¿Qué es lo que hay en ti?
¿Alegría o amargura?
El alma de un niño es alegre, es servicial, es entusiasta, es optimista, es transparente.
El alma de un niño tiene fe, tiene esperanza, pero sobre todo tiene caridad.
El alma de un niño sabe amar y ama, no se limita por lo que digan los demás, simplemente ama y se deja amar.
El alma de un niño sabe dar y también sabe recibir.
El alma de un niño da y también recibe.
El alma de un niño es humilde y se deja enseñar y aprende.
El alma de un niño es inocente, no conoce la maldad, tiende a hacer el bien y a rechazar el mal.
El alma de un niño agradece, de todo se sorprende, es paciente, es amable, no es envidiosa, no es soberbia, no es jactanciosa, no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra por la injusticia, le gusta la verdad, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta, y es así como crece en gracia ante Dios y ante los hombres.
Tú, sacerdote, cuando eras niño, actuabas como niño, jugabas como niño, sentías como niño, hablabas como niño, pensabas como niño. Pero ahora eres un hombre y te has desprendido de las cosas de niño.
Y tu alma, sacerdote, ¿de qué se ha desprendido cuando tú has crecido?
¿Mantiene la inocencia y la conducta de un niño?
¿Conserva la fe, la esperanza y la caridad, o también de eso se ha desprendido?
Y tú ¿amas, sacerdote?
¿O te has olvidado de ser como niño?
El alma de un niño es fiel y confía en aquel que lo llama amigo, y lo sigue, porque le gusta estar con él.
El alma de un niño aprende de su padre y se hace obediente, porque escucha y hace todo lo que él le dice.
El alma de un niño pide, porque se sabe necesitado y acepta ser corregido y aconsejado, y se propone agradar al que lo provee, al que lo corrige, al que le enseña, al que lo aconseja, al que lo ama y de quien obtiene la heredad.
Así es el alma sacerdotal. Y de los que son como ellos es el Reino de los Cielos.
Medita, sacerdote, todas estas cosas en tu corazón, y renueva tu alma, corrigiendo tu conducta, recuperando tu inocencia, rectificando tu intención, fortaleciendo con obras tu fe, tu esperanza y tu caridad, obrando con pureza y con amor.
Permite, sacerdote, que tu alma de niño se acerque a tu Señor.
Te espera en el sagrario y en cada sacramento.
Te espera en la oración.
Ve a su encuentro y permítele descansar en tus manos cuando se entrega como Pan vivo bajado del cielo.
Recíbelo en tu corazón y entrégalo a su pueblo, que se ha acercado con la alegría de reunirse con un amigo, como lo hace un niño.
Deja que los niños se acerquen a ti, sacerdote.
Deja que los niños se acerquen a Cristo.