PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – CUIDAR Y MANTENER DIGNO EL TEMPLO
«Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré».
Eso dijo Jesús.
Y eso hizo Jesús, porque Él siempre cumple sus promesas.
Y tú, sacerdote, ¿cumples tus promesas?
¿Haces lo que dices, por más difícil que parezca?
¿Crees en la Palabra de tu Señor, y en que se cumplirá hasta la última letra?
¿Permites que esa Palabra se cumpla en ti?
¿Eres dócil a las mociones del Espíritu, y lo dejas obrar en ti, y a través de ti?
¿Mantienes tu morada digna y dispuesta para que Dios viva en ti?
¿Cuidas y proteges esa morada con tu vida, y la defiendes hasta de ti mismo, de tus miserias, y de la debilidad de tu carne, porque el celo de la casa de tu Padre te devora?
Tú eres un templo de Dios, sacerdote. No eres tú, sino es Cristo quien vive en ti. Por tanto, reconoce tu riqueza, sacerdote, en medio de tu miseria, y pídele a Dios la gracia de agradecer este don inmerecido y la misericordia que ha tenido contigo por haberte elegido para llevar un tesoro en una vasija de barro.
Tu Señor, siendo Dios, se hizo hombre, y ha padecido y ha muerto por ti, sacerdote, y ha resucitado al tercer día para darte vida, para que vivas en Él como Él vive en ti, para que creas en Él y en su Palabra, para que, haciendo lo que Él dice, hagas sus obras y aun mayores.
Tu Señor ha hecho nuevas todas las cosas, sacerdote. Su sacrificio es único y eterno, y renueva y reconstruye constantemente el templo que tú destruyes con tu pecado, cuando te acercas a Él con el corazón contrito y humillado, y pidiendo perdón vuelves a la reconciliación con aquel que tanto te ha amado que no se ha ido, sino que se ha quedado a vivir en ti, contigo, a pesar de haberlo crucificado, de haberlo abandonado, porque caíste cuando fuiste tentado.
Tú eres el templo de Dios, sacerdote, y Dios no se muda, nunca abandona, no te deja solo, es paciente y todo te perdona.
Tu Señor ha renunciado a todo por ti, ha dejado la gloria que tenía con su Padre antes de que el mundo existiera, para vivir en ti, para hacer de ti su morada, un templo vivo en el que habita su Santo Espíritu, que te une a Él, y es a Él a quien perteneces.
Cuida, respeta, protege, defiende y custodia tu cuerpo, sacerdote, con el celo apostólico de quien cuida lo sagrado para que no sea profanado, porque tú, sacerdote, ya no te perteneces, tu cuerpo es el cuerpo de Cristo, y el que lo ofende es a Él a quien ofende; el que lo maltrata, es a Él a quien maltrata; el que lo pone en ocasión de pecado y comete pecado, es a Él a quien crucifica. Pero quien mantiene digno el templo, lo santifica, y quien en él construye las obras de Dios, lo glorifica.