PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – SEGUIR, NO PERSEGUIR
«Sacerdote: ¿por qué me persigues? Yo no te he llamado siervo. Te he llamado amigo. ¿Por qué me persigues?» (cfr. Hech 9, 4 y Jn 15, 15).
Eso dice Jesús, cuando te busca y no te encuentra, cuando quiere estar contigo y que tú estés con Él.
Pero no estás con Él, estás contra Él.
Cuando lo rechazas y callas su voz.
Cuando no lo escuchas y no cumples su Palabra.
Cuando lo abandonas porque tienes miedo, porque te asalta la duda y no resistes a la tentación.
Cuando utilizas tu ministerio como una simple profesión.
Cuando decides resignarte en lugar de cumplir con tu misión, luchando todos los días contra la tentación, obrando con amor, y ganando todas las batallas con las armas que Él te da.
Sacerdote, ¿por qué persigues a tu Señor?
¿No te has dado cuenta que Él vive en ti?
Y si tú estás contra Él, estás también contra ti. ¿Por qué te haces daño?
Cuando tú cometes pecado de palabra, de obra o de omisión, estás persiguiendo a aquel que te creó y que te ha elegido para seguirlo y no para perseguirlo.
Sacerdote, tú amas a tu Señor.
Abre los ojos y míralo, está delante de ti. Tú sigues sus huellas. Él te ha mostrado el camino y Él camina contigo, pero se ha detenido porque tú te has caído, porque no lo seguiste, lo perseguiste.
Date cuenta, sacerdote, que no es lo mismo, porque, cuando tú lo sigues, no son tus ojos los que ven, sino los ojos de Él; no son tus manos las que obran, sino las manos de Él; no son tus pies los que caminan, son sus pies los que van dejando huella para que otros lo sigan.
Discierne, sacerdote, en tu corazón y date cuenta, analiza tu conciencia y define si tú sigues o persigues a tu Señor, porque Él te ha llamado y te ha elegido para dejarlo todo, para tomar tu cruz y para seguirlo, para escucharlo y hacer lo que Él te diga, poniendo su Palabra en obras.
Sacerdote, voltea hacia atrás y observa a los que vienen detrás.
¿Ellos te siguen o te persiguen?
Es tu ejemplo con lo que ellos te seguirán.
¡Conversión, sacerdote, conversión! ¡Todos los días de tu vida!
Humíllate, sacerdote, ante el Señor y pide perdón, y pide la gracia de sentir el amor, el dolor, la paz, la alegría, el sufrimiento, y el tormento en tu corazón. Entonces sabrás que tienes un corazón convertido, un corazón suave, que no es de piedra, sino que es de carne, y un corazón de carne es un corazón convertido porque ha seguido a su Señor.
Ve por todo el mundo y anuncia el Evangelio, porque eso, sacerdote, es seguir a tu Señor.
Predica con su Palabra, y obra lo que predicas, para que manifiestes el amor de aquel al que sigues, al que le has dicho sí, al que has aceptado como tu amigo, porque Él te lo ha pedido, porque eres solo un siervo, pero Él te ha amado primero, Él te ha llamado “amigo”.
Practica esa amistad cumpliendo tu ministerio con alegría, con esperanza, con fe, con amor, sabiendo que eres amigo, pero que sigues siendo siervo, y que estás sirviendo a Cristo, cuando lo sigues y no lo persigues.